Capítulo 11: Recuerdos inoportunos

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El día pasa de forma rápida, las cosas están menos tensas pero mi padre sigue de un constante mal humor. Isabella a pesar de sus cortos años intenta animarlo en todo momento, ellos juegan todo el día, mi padre parece recuperar un poco de su humor habitual. El tema del casamiento no se ha vuelto a tocar en todo el fin de semana, las cosas fueron sencillas, comimos, bebimos y hablamos de trivialidades sin nombrar a la boda. Fue un fin de semana bastante distinto a los otros, las luces de la casa se apagaban temprano, nadie quería permanecer más del tiempo suficiente con mi padre porque esa sola acción te provocaba un dolor profundo, así que sin más el lunes por la mañana después de una larga, pero incomoda despedida todos nos marchamos para dejar a mi padre en su soledad y angustia disimulada.

— No quiero que te culpes ni nada por el estilo principessa, no es culpa tuya si no de tu madre por dejarte semejante noticia a tu cargo — dijo mi padre mientras me abrazaba.

A pesar de sus palabras, la angustia seguía en mí. Es un rejunte de dolorosos recuerdos y corazones rotos que atraviesan lo más profundo de mi alma. Muy dramático, sí. Nunca fue tan difícil dejar a mi padre, pero al verlo tan triste y desolado me provocan ganas de estrecharlo entre mis brazos y no dejarlo ir. Cuando llegamos al aeropuerto luego de pasar nuevamente cinco horas escuchando a Giovanni hablando sin parar, tengo la suerte de que mis hijos están acostumbrados a su voz entonces no se despiertan ante los parloteos de su tío porque de lo contrario le cortaría la boca para que dejara de hablar. Por la tarde, Giovanni me deja frente a mi departamento, subo el ascensor junto con ellos. Italo camina a mi lado con un extraño buen humor, mientras Isabella duerme plácidamente sobre mi pecho, es comprensible porque las últimas tres horas de vuelta se las paso exaltada mirando hacia la ventana. Al llegar hago malabares con nuestras maletas, no debí reclinar la oferta de Giovanni, pero ya es tarde. Como puedo me saco mis zapatos y los de mi hija, caminó hasta su habitación y la recuesto sobre la cama. Italo me sigue y se queda jugando junto a su hermana adormilada.

Sin darle muchas vueltas al asunto decido enviarle un mensaje a Alexander, abro el teléfono y su conversación. En línea. Sin poder evitarlo mis manos sudan y arrojó el celular junto a mí en el sillón. ¡No seas una cobarde Giovanna! Agarró nuevamente el teléfono y tratando de no morir de nervios con su "en línea", escribo: Alexander, siento lo de la otra noche. ¿Por qué voy a repetir su nombre si él sabe cómo se llama? Borro y escribo: Siento lo de la otra noche, antes de apretar el envío espero a que se desconecte para no morirme de un paro cardiaco, sin embargo, su "en línea" es reemplazado por un "escribiendo...", asustada bloqueo el celular y lo arrojó nuevamente al sillón. Pasan los minutos y el mensaje no llega, así que decido despejar mi mente y no enviar nada, porque las cosas las resuelve el tiempo. Trato de calmarme diciendo esa estúpida frase de sobre de azúcar mientras camino hacia el baño. Al llegar, abro el grifo de la bañera y vierte unas sales de baño para relajarme, siento los músculos de mi cuerpo contraerse a cada paso que doy. Mientras la bañera se llena, voy a la cocina por una infaltable copa de vino, pero esta vez elijo un vino frascati, un vino blanco muy dulce y frutal. Esa vez no voy a emborracharme. Dejó la puerta entreabierta del baño para estirar mi cabeza de vez en cuando para ver a Isabella durmiendo en su cama e Italo jugando a su lado.

Lentamente me sumerjo en el agua con olor a lavanda y dejo de pensar, bebo de la copa lentamente, dejando que el sabor dulce a frutas se deslice por mi garganta. Sin poder evitarlo pienso en Alexander gimiendo mientras toma vino. Me sumerjo completamente. El recuerdo se borra al instante en el que mis pulmones necesitan aire para respirar. Saco mi cabeza del agua y tomo más vino.

Luego de un rato de estar en modo relax, salgo de la bañera me cambio y despierto a Isabella para bañarla y darle de comer. Ella se queja como siempre, pero al final accede al baño, una vez bañada junto a su hermano y con el pijama puesto, le doy su merienda.

Amor a la italianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora