Capítulo 6: Una noche intensa

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Tomo mi copa de vino de un tirón mientras me dirijo a la nevera para sacar la pasta. Un silencio incomodo reina en toda la cocina, solo se escucha el ruido de hervor que hace la carne con las verduras. Alexander aclara su garganta y yo me obligo a no voltear y mirarlo, siento mis mejillas sonrojadas y no se si es por el vino que ingerí de manera rápida o lo acontecido recientemente. Agarró una olla y la llenó de agua mientras siento su mirada clavarse en mi nuca, colocar el agua a hervir y me quedo mirando la olla.

Nunca he confiado en la gente, luego de lo que sucedió con el padre de mis hijos mi confianza hacia la gente se redujo rápidamente. No salgo con un hombre hace meses y ni hablar del sexo, estoy tan inactiva que ya perdí mi interés. Sin embargo, tengo a Alexander detrás de mí a un metro de distancia y los vellos de mis brazos se encuentran erizados y mis manos sudan, mi cuerpo me exige ser atendido. Tan solo recordar el simple roce de su dedo con mi labio inferior, mi mente fantasea y dejo de pensar con claridad. Yo no soy de hacer este tipo de cosas, jamás traigo a un extraño a casa, menos a un cliente y por supuesto que jamás invado el espacio personal de la gente, solo lo hago con las personas que tengo un cierto grado de confianza mutua. Pero rompiendo todos mis esquemas, traje a Alexander, mi cliente, a mi casa y toqué sus labios, un gesto tan mínimo que me llevó a las estrellas ida y vuelta.

Cuando el agua está hirviendo comienzo a tirar la pasta y no me muevo de mi lugar. Todavía puedo sentir la mirada de Alexander en mi nuca, escucho como se levanta del taburete, pero no me muevo. Solo me quedo parada frente a la estufa, pretendiendo mirar la cocción de la pasta. De reojo puedo ver como agarra mi copa y la llena hasta la mitad del vino.

— La vas a necesitar si vas a seguir esquivándome— señala la copa y se vuelve a sentar en el taburete.

Con desconfianza agarró la copa entre mis dedos y la tomó de dos sorbos. El vino rosso italiano, es dulce por lo que se toma con facilidad, pero su graduación de alcohol es un poco más alta en comparación a los demás vinos. Pero para pasar esta noche, sé que voy a necesitar la ayuda de un poco de alcohol en mi sistema, pero no demasiado como para emborracharme.

Saco una placa de horno de uno de los armarios de la cocina y comienzo a armar la lasagna, por último, le tiro queso parmesano por arriba y la meto en el horno, luego pongo el cronómetro para dentro de cuarenta minutos. Cuando termino no sé qué hacer, girarme es equivalente a hacerle frente a Alexander, pero quedarse de espaldas sería descortés. Sin pensarlo demasiado me giro para encararlo, pero al no verlo me alarmó.

— ¿Alexander?— pregunto al no verlo sentado en el taburete como antes.

Camino hasta la barra y me sirvo otra copa y lo veo parado frente a uno de los ventanales del living. El se gira y me observa con la copa vacía en sus manos.

— ¿Qué quieres de mi?— digo al ver su mirada arrebatadora.

— Quiero conocerte, quiero saber de ti, quiero todo lo que puedas darme — dice mientras se acerca hasta mi.

— Sabía que era mala idea venir hasta aquí — digo tomando el vino de mi copa de un sorbo mientras niego con la cabeza lamentando haber confiado en él.

— ¿A que le tienes miedo Giovanna?— dice una vez está frente a mí, toma de su vino aun mirándome y lo deja en la barra junto a mi, cruza sus brazos y me mira expectante.

¿A que le tengo miedo? A un sin fin de cosas, soy una cobarde la mayoría de las veces y lo admito, pero siempre trato de confiar y dar lo mejor de mí, sin embargo, la mayoría de las veces quedo con una terrible decepción implantada en mi corazón.

— No te conozco Alexander, no sé nada de ti, no se quién eres — digo mirando sus ojos.

— Entonces, dime que quieres saber — dice sonriendo, sus hoyuelos se marcan y yo lucho por mantenerme de pie.

Amor a la italianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora