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Te despiertas con un sobresalto, pero Mando está ahí para mantenerte a salvo contra él.

—Estas bien. Tuviste un mal sueño– te dice, plantándote un beso en el pelo. Tu cerebro está nublado, pero sabes que él no debería poder besarte.

¿Dónde mierda estaba su casco?

Pero luego tu mente recuerda tu pesadilla. Apoyas la cara en el hueco de su cuello y lloras. Sabes que es patético, pero no puedes evitarlo. Tus lágrimas caen libremente mientras intentas olvidar los horrendos terrores nocturnos que te robaron el sueño. Los sollozos recorren tu cuerpo mientras te aferras a Mando, su camisa apretada con fuerza entre tus dedos.

—Shhh. Está bien– te susurra sobre el rugido de la lluvia.

—Estabas tan enojado– te ahogas –Tú... lo entiendo.

Din se aleja de ti y te mira en la oscuridad. Sabe que es un movimiento arriesgado. Si un rayo ilumina la habitación de nuevo, tendrías unos segundos perfectos para ver su rostro. Incluso esos pocos segundos romperían su juramento al Credo. Su estómago se aprieta de miedo.

—¿Qué mi niña?– pregunta, la preocupación entrelaza sus palabras.

Reprimes un sollozo por el apodo que te ha dado. Nunca antes se había referido a ti de esta manera, pero tu corazón anhela escucharlo llamarte "mi niña" nuevamente.

Sobre el rugido de la lluvia y los truenos, el mandaloriano no suena realmente diferente a si tuviera el casco puesto. Pero solo para estar segura, mantienes la cabeza baja contra la almohada y su cuello, y tus ojos se cierran con fuerza. No ibas a ser tú quien arruinara su juramento a su Credo.

—Soy inútil para ti. Tienes razón.

Din te acerca a él, mientras su corazón se rompe. No tiene idea de lo que estás hablando, pero sabe que tus pesadillas tienen la culpa. Nunca te diría que eres inútil para él.

—Podrías dejar tu vida atrás, retirarte de la caza de recompensas... criar al Niño aquí, rodeado de personas que lo aman. Forma una familia, envejece bebiendo spotchka sin que el beskar te pese. Podrías construir una vida aquí– divagas, tu cerebro empañado por el sueño –Veo de esa manera que la miras. Y... quiero darte el mundo, y no puedo hacer eso– lo admites.

—¿Miro a quién?– Din pregunta, sus labios se mueven contra tu frente. Su corazón late salvajemente en su pecho.

¿Quieres darle el mundo? ¿Podría enamorarse de ti más de lo que ya lo está?

Todavía no está seguro de qué estás hablando. Todavía podrías estar hablando de algo que sucedió en tus pesadillas... o podrías estar hablando desde el corazón y Din no está seguro de cuál es mejor.

—Omera. Ella es hermosa, inteligente. Ella no es tu enemiga– lloras, tu voz es fuerte a pesar de lo débil y vulnerable que te sientes.

¿Mira a Omera de cierta manera?

Sabía que te miraba más a menudo de lo que debería haberlo hecho, y se salía con la suya todo el tiempo gracias a que su línea de visión estaba oculta por la visera de su casco.

—No eres mi enemigo Maia. Nunca lo has sido– Mando te dice, mientras pasa sus dedos por tu cabello húmedo.

Te abraza, dejándose perder en la sensación de tu piel y cabello bajo sus dedos. En Hoth, no se había permitido sentir la sensación de que tú te presionaras contra su cuerpo. Él tenía una misión en Hoth, y era calentarte.

Pero ahora... ahora Din tuvo tiempo de abrazar la sensación de tu peso presionado contra el costado de su cuerpo, del peso de tu mano sobre su pecho vestido.

 𝖳𝗁𝖾 𝗋𝖾𝗐𝖺𝗋𝖽 | Din Djarin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora