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Subiendo la escalera a la cabina, escuchaste a Mando hablando con el Niño.

—Lo que significa que es perfecto para nosotros. ¿Estás listo para recostarte y estirar las piernas durante un par de meses, pequeña rata womp?– Mando le preguntó al Niño –Nadie nos encontrará aquí– Mando concluyó.

Tenías curiosidad por saber dónde te iba a dejar el mandaloriano, pero todavía no estabas ansiosa por hablar con él. Después de la pelea que tuviste antes de Dulathia, y toda la situación de "No te quiero" en Hoth, no estabas interesada en que el mejor cazarrecompensas del pársec aplastara tus emociones.

Bajaste la escalera y te metiste en tus aposentos para, con suerte, pasar el tiempo.

Cuando despertaste, ¿cuándo te quedaste dormida? el Razor Crest estaba estacionado en un exuberante planeta verde llamado Sorgan. La rampa se estaba abriendo cuando saliste de tu habitación un poco mareada, con la mochila colgada a la espalda.

Era hora. Te fuiste tan pronto como saliste de la nave y te metiste en el suelo húmedo de Sorgan.

—Oh que diablos, Ven– Mando le dijo al Niño que estaba a sus pies, antes de descender por la rampa.

El Niño te miró y balbuceó alegremente, pidiéndote que te unieras a él y a Mando mientras exploraban su nuevo hogar. Con una sonrisa triste, comenzaste a seguir al Niño y al Mandaloriano.

Poniendo un pie sobre Sorgan, te giraste para mirar el Razor Crest. A pesar de que era una nave del Imperio Galáctico antes de que el Mandaloriano la adquiriera, seguía siendo una belleza y la ibas a extrañar.

Sus rincones fríos y con corrientes de aire se perderían junto con la forma en que las luces se apagaban sin advertencia alguna, incluso el calentador de agua poco fiable para refrescarse se perdería.

En el último tiempo que habías estado con el Mandaloriano y su pequeño hijo verde, Razor Crest se había convertido en tu hogar y ellos en tu familia.

Pero era hora de despedirse de ellos.

Los tres entraron en una pequeña cantina, donde las risas y la conversaciones llenaron el aire. Ibas detrás del Mandaloriano, sintiendo que aquí era donde debías dejarlo. Pero una parte de ti quería permanecer a su lado, seguir cuidando al Niño cuando necesitaba ayuda.
Viste mientras él y el niño atravesaban el establecimiento.

Unos pocos ojos se desviaron hacia el brillante beskar que brillaba con los rayos del sol que se deslizaban a través de las tablillas de madera que construían las paredes y el techo de la cantina, pero ninguno de los ojos se quedó mucho tiempo.

De hecho, la mayoría de los ojos siguieron al bebé mientras caminaba tras su papá. Escuchaste el chillido agudo del niño cuando un gato le gruñó. Cuando el bebé alcanzó a Mando, uno de los camareros te saludó.

—¿Qué puedo ofrecerte cariño?– te pregunto. Sus manos están ocupadas limpiando unos vasos de una rejilla de limpieza.

—¿Disculpa?– le preguntaste, confundida. ¿Había estado hablando contigo por mucho tiempo? Esperabas que no. Te habría hecho parecer increíblemente estúpida. El bacta que aún permanecía en tu sistema te hacía sentir lenta y pesada –Oh, eh, información, direcciones, si puedes– preguntaste, sacando algunos créditos de tu bolso.

 𝖳𝗁𝖾 𝗋𝖾𝗐𝖺𝗋𝖽 | Din Djarin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora