Epílogo

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"¿En dónde estás? Y lo siento tanto. No puedo soñar, no puedo dormir esta noche". I Miss You; Blink - 182.



Intento abrir los ojos, pero simplemente no soy capaz, éstos se sienten tan pesados que inclusive me es algo difícil de creer. Sin embargo, tras algunos segundos intentando comienzan a abrirse y la luz me hace cerrarlos de nuevo.

— Está despertando —escucho a Mikey hablando.

— Gee, hola, cariño —la voz aguda y femenina de mi madre es la siguiente en hablar y finalmente mis párpados ceden abriéndose con dificultad.

— Extrañaba tanto tu mirada de idiota —mi hermano ríe.

— ¿Dónde... estoy? —mi garganta duele, y mi madre parece leer mi mente.

— No hables mucho, cielo —acaricia mi mejilla con delicadeza.— Probablemente no recuerdes mucho, pero intentaste suicidarte.

— Creí que no le diríamos —mi hermano reclama.

— Veo que alguien despertó —un hombre mayor entra en la habitación, a leguas se nota que es un médico.

Mis ojos viajan a mis muñecas, hay algunas marcas pero evidentemente son viejas. Posteriormente comienzo a observar a detalle la habitación, hay varias tarjetas y obsequios sobre una mesa en una de las esquinas.

— Supongo que no recuerdas mucho —el hombre hace una mueca.— Estuviste dieciocho meses en coma, Gerard —por más que lo intento me es imposible creerle.

— Es mucho tiempo, ¿no crees? —Mikey habla y me da un vaso lleno por la mitad con agua, la cual bebo sin dudar para hablar.

— Yo... ¿en dónde está Frank? —las miradas de mi hermano y madre se posan sobre mí confundidos.

— ¿Quién es Frank? —responde el rubio y siento mi mundo venir sobre mí.

[...]

Al fin en casa. Ha pasado una semana desde aquel estúpido día en el que desperté y aún no puedo creer que nada haya sido real, ¿qué mierda era todo esto? La teoría de un mal sueño quedó descartada cuando intente despertar. Mikey asegura que no conocemos a Frank, y Donna parece no estar interesada en nada de eso, simplemente está feliz de tenerme en casa.

Me perdí de tantas cosas... mis padres se han divorciado, y ahora vivimos en Florida... ¿quién lo diría?
Lindsey sigue siendo mi amiga, llama siempre para preguntar cómo me siento desde que desperté y al parece ella tampoco sabe de Frank.

— ¿Tienes el anuario escolar del último año? —le pregunto curioso a mi rubio y estúpido hermano.

— Claro —busca entre sus repisas y lo encuentra, con cuidado me lo entrega y yo camino hasta mi cama.

Desde que regresé mi madre me ha obligado a compartir la habitación con Mikey lo cual parece exagerado la mayor parte del tiempo.

— ¿Sigues buscando a ese chico? —asiento sin dirigirle la mirada.— Usa Facebook.

— Lo intenté —hago una mueca, pero de inmediato mi semblante cambia al ver si fotografía en el anuario.

Frank Anthony Iero Jr.


— ¿Lo encontraste? —miro a mi hermano sonriente.

— ¡Sí! —suelto un pequeño grito a manera de festejo.

— ¿Y ahora qué harás? —el sentimiento se esfuma pues jamás pensé en lo que haría después de encontrarlo.

— Necesito hablar con él —digo pensativo.— Y preguntarle si nos conocemos... si él me recuerda.

— Gee, ¿cómo te recordaría si ni siquiera parece conocerte?

Ese fue el golpe que necesitaba para caer en la realidad sobre lo que sucedía, Frank no me conocía ni mucho menos recordaba todas esas cosas, porque nada sucedió.

[...]


El tiempo voló con la rapidez con la cual las estaciones cambian. Gerard decidió emprender un viaje a Sydney, Australia, sin compañía, la necesidad de libertad se apoderó de él y solo cedió.

— Un café americano para llevar con una dona clásica, por favor —pide una vez estando en el mostrador de esa cafetería popular en el centro comercial.

— Claro, en seguida —habla el chico atendiendo a los clientes, tiene una mirada cálida y soñadora, pero no es aquella que Gerard  busca con tanta necesitadad.

Tal vez era hora de rendirse, hora de dejar ir cada recuerdo compactado en su memoria. Era momento de despedirse de Frank.

— Aquí tienes —el adolescente le entrega su pedido al pelinegro.— Serían diez dólares.

— Claro —saca un billete arrugado del bolsillo de sus jeans desgastados y se marcha de aquella cafetería tal vez demasiado pronto.

— Joder, Charlie —un castaño entra con su uniforme puesto, listo para trabajar.

— Déjame adivinar —suspira con pesadez aquel chico quien recién había atendido a Gerard en su trabajo.— De nuevo has soñado con ese chico "perfecto".

— No —hace una mueca.— Hace cinco meses que he dejado de verlo en mis sueños.

— Deberías superarlo, Frank.

Estoy enamorándome de tus ojos, pero ellos aún no me conocen.

La noche llega, y un cansado Frank está más que agradecido por ello. Sus mejillas rosadas resaltan con la luz de la luna, sin mucho más por hacer en aquel centro comercial espera con mucha paciencia su Uber hasta que por fin puede verlo y se dispone a entrar al auto.

— ¿Quieres poner algo de música? —pregunta el conductor, a lo que Frank niega, pues está perdido en sus pensamientos.

— Parece que será una hermosa noche —dice mientras mira la ventanilla.

El auto comienza a avanzar lentamente, Frank está sentado en los asientos traseros emocionado por ir a casa. Sus ojos se encuentran finalmente con aquel rostro anhelado durante tantos meses, y el contacto visual es tan intenso que Frank no puede creerlo.

— ¡Detén el auto! —grita, causando un susto en el chico encargado de conducir; sin más sale del vehículo a toda prisa.

Ambos se miran sin decir nada, las palabras sobran en ese momento.

— ¿Ge-Gerard? —los labios del más pequeño tiemblan por los nervios que se apoderan de él.

— Frank —responde el más alto con seguridad y lágrimas acumuladas en sus ojos.

Esto se siente como enamorarse.




N/A:
Gracias por haber leído Bipolar. xoxo

bipolar || FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora