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"Estoy seguro de que de una forma u otra el tiempo nos volverá a juntar." Berlín; La Casa de Papel.



Gerard

2 años después


Nueva York. Miraba atónito la ciudad desde el balcón de mi habitación de hotel. El sol brillaba de una manera hermosa, hoy definitivamente era un buen día y nada podría cambiarlo, o al menos eso pensaba.

— ¿Ya viste el sol? —Mikey salió del baño con una cara de felicidad indescriptible y en ropa interior—. Parece que el universo está a mi favor.

— Apuesto a que así es —le animé.

— Por Dios, no puedo creer que en unas cuantas horas seré un hombre casado —dijo mi rubio hermano, coloqué mi mano sobre su hombro.

— Todo saldrá bien, mírate... eres Michael Fucking Way —dije, y él rió con ternura.

— Gracias por apoyarme en todo, Gee —sin más charla él se vistió y bajamos al restaurante del hotel para desayunar algo antes de ir a alistar a Mikey.


[...]

— Bien, ¿llevas tus votos? —mi hermano asintió.

— Sí, los guardé aquí —señalo el bolsillo interno en su saco.

— Bien, todo va a estar bien, solo no pienses en que todo el mundo los estará mirando mientras se besan... —hice una mueca de desagrado.

— Gee, hay algo que tengo que decirte —lo interrumpí.

— Será después, ahora tenemos que llevarte al altar —lo llevé a rastras, el salón en el cual se llevaría a cabo la ceremonia era demasiado lujoso, me encantaba.

Los invitados que ya habían llegado saludaban a Mikey, esperando la indicación para que todos tomasen sus lugares y dar inicio a la boda de mi pequeño hermano. Sin mucho por decir, concentré la mirada en mi móvil, Taylor me había enviado uno que otro texto hablando de lo hermosa que se veía Kristin en su vestido de novia y lo feliz que era por ser dama de honor.

— ¿Gerard? —sin mucha importancia giré el rostro, encontrando el rostro del mismo Frank Iero al que yo di muerto hace un par de meses.

— ¡Hola! —dije algo exagerado, recibiendo un cálido abrazo por parte del más pequeño.

Tenía la misma cara, sus perforaciones habían desaparecido por completo, pero había un par de nuevos tatuajes a la vista, lo cual me hizo suponer que su cuerpo seguramente estaba cubierto de esa tinta.

— Quién diría que nos veríamos después de tanto en la boda de tu hermano —ambos reímos, pero esta vez se siente diferente.

— Lo sé —encogí los hombros de manera inocente.

— Siempre creí que serías el primero en comprometerse —negué con la sonrisa aún en mis labios.

— Por ahora creo que prefiero mi vida como es ahora —él me miró comprensivo.

— Eso es nuevo —mi ceño se frunce—. Gerard Way siendo feliz con su vida, vaya que me sorprendes.

— Pues, la vida está llena de sorpresas.

La boda fue muy conmovedora, al menos lo era para mi madre, quien lloraba desconsoladamente mientras sujetaba mi mano. Yo no podía concentrarme en lo que sucedía en el altar durante la ceremonia, por alguna extraña razón me estaba comenzando a sentir mal, pero no debía arruinar este momento, mucho menos porque se trataba de Mikey.

— Parece que el destino nos quiere juntar —Frank estaba de nuevo conmigo, nos habían sentado en la misma mesa.

— Eso creo —dije en un susurro apenas audible.

— ¿Está bien, Gee? —me interrogó, sentí su mirada fija en mí y solo negué—. ¿Quieres que salgamos un momento a caminar? Podría ayudar...

— ¿Podemos? —él me tomó de la mano, todos hablaban entre sí sobre la ceremonia y lo lindos que se veían los novios, mientras que algunos otros miraban algo desesperados hacia la puerta de la cual se supondría que saldrían Mikey y Kristin como marido y mujer.

— ¿A dónde vas? —mi madre me tomó bruscamente de la muñeca—. Es la boda de tu hermano...

— Yo... —Frank me interrumpió.

— Le pedí que me acompañase a mi auto por un abrigo —mintió sin titubear—. No nos demoraremos, Donna.

— Bien —mi madre me liberó de su agarre y Frank solo me guiaba mientras sujetaba mi mano con delicadeza.



[...]



— A veces de verdad siento que he decepcionado a mi madre —reí con ironía entre sollozos—. No soy la mitad de lo que es Mikey... y mírame, soy un desastre... estoy llorando en el suelo del baño en la boda de mi hermano.

— No digas eso —Frank me pegó a su pecho, yo solo seguí sollozando.

— No quiero sentirme triste —me aferré a la camisa blanca del menor, su saco estaba tirado en el suelo del baño de su habitación de hotel.

— Esto pasará —me susurró al oído—, y habrá mejores años.

— ¿Lo prometes? —pregunté, tratando de controlar mi llanto incesante.

— Lo prometo —comenzó a jugar con mi cabello mientras que mi rostro seguía escondido en su pecho.

Nos quedamos de esa manera por un tiempo, y ese tiempo se sintió infinito por un instante. Quería quedarme de esa manera, el latido de su corazón sonaba en mi cabeza a pesar de que ambos caminábamos de vuelta al salón del hotel.

— Creí que te habías ido —Mikey llegó a mí con una sonrisa, me había perdido de su triunfal entrada.

— No, fui a tomar algo de aire —Frank seguía a mi lado asegurándose de que estaba mejor.

— ¿A tomar aire? —me miró, inspeccionando mi cara y fue cuando sus ojos se abrieron con sorpresa y tomó mis brazos, revisando mis muñecas desesperado—. Ve a sentarte, pronto traerán la comida y debes comer algo.

— Sí —Frank, confundido por la acción de mi pequeño hermano, que acompañó hasta la mesa en la cual ambos nos sentábamos.

— ¿Qué fue eso? —preguntó curioso.

— ¿Qué fue qué? —me hice el tonto.

— Lo que hizo Mikey... tú sabes —nervioso dirigí la mirada hacia otra parte.

— Oh, por Dios, ¡mira! —señalé hacia una mesa con gente—. Ahí está Lindsey, iré a saludar.

— Oh, vamos, no puedes evitar mi pregunta por siempre —me fulminó con la mirada y reí, yo sabía muy bien que Lindsey no podría venir por su trabajo en China, así que me dirigí al baño del salón.

Mojé mi cara con agua fría, tratando de quitar todos los pensamientos negativos que pasaban por mi mente. Del bolsillo de mi saco tomé el bote de antidepresivos, al sacar una pastilla salieron más de la cuenta en mi mano y las miré de manera tentadora. Antes de poder decidir algo Frank entró al baño y me miró a los ojos, después miró la palma de mi mano llena de pastillas y finalmente miró el frasco en mi otra mano.

— ¿Qué mierda estás haciendo? —me quitó el bote y comenzó a guardar las pastillas que había en mi mano con anterioridad, yo me quedé paralizado.

— Lo siento —murmuré.

Me abrazó, de manera cálida y reconfortante.

Quería olvidarlo todo, quería desaparecer... y, en parte, deseaba morir.

bipolar || FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora