Capítulo 2: Magnates y Putillas

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Escuché a lo lejos la voz de mi padre que se subía de volumen poco a poco hasta que cobró sentido.

—Vamos, tienes que tranquilizarte —me decía—. ¿Puedes ponerte de pie? Vamos arriba. —Tiró de mí para alzarme y que pudiera sostenerme sobre mi propio pie.

Empujé a mi papá y le di la espalda, sintiendo cómo las lágrimas brotaban de mis ojos sin que las pudiera detener. No podía dejar que me viera así, aunque me sentía tal y como me veía: sucia y destrozada. Sentí su mano posarse en mi hombro, pero la aparté de golpe.

—No te me acerques —le advertí, estirando mi mano hacia él. Me tapaba la cara con la otra mano, mientras intentaba con todas mis fuerzas deshacer el dolor que se extendía por mi pecho. No quería tenerlo cerca en un momento como aquel, un momento en que ni yo misma me reconocía. Ese momento en que las convulsiones de mi llanto se me escapaban sin que yo pudiera detenerlas. Blake Caldwell ya sólo era una sombra difuminada perdida entre un océano.

—Blake —insistió él con suavidad.

Odiaba que me tratara con delicadeza cuando me pasaba esto. Él nunca me traba con ternura cuando era malcriada, cuando tenía un ataque de locura o me encaprichaba hasta berrear. Se suponía que tenía que reprenderme, decirme lo decepcionado que estaba de mí y cuán castigada estaba. Pero desde que había regresado de Londres él se enfrascaba en proporcionarme una lástima que yo necesitaba, pero que odiaba. Nunca había tenido que lidiar con ello, y no quería que fuera ahora, ahora que estaba hecha mierda.

—Por favor, Mew, déjame en paz —le pedí, y mi voz salió rota y temblorosa.

Pero Mew no me hizo caso; se acercó y me abrazó con aún más fuerza. Y yo me desmoroné. Él me alzó con sus brazos y me arrastró hasta el sofá. Se recostó ahí conmigo, sin soltarme, y me apretó contra su pecho con fuerza. Mis uñas se aferraban a su saco caro, y mis ojos llovían sobre su hombro. No recordaba la última vez que había llorado sobre las piernas de mi padre, pero en ese momento era lo más degradante y ridículo del mundo.

No me dijo nada. Me dejó llorar como si lo mereciera, como si el dolor era lo único que me salvaría de más dolor. Mis gritos quedaron ahogados en su hombro, haciendo que la sensación de catástrofe se esparciera dentro de mí. No sé cuánto tiempo pasó, pero luego de lo que creí décadas mi llanto se fue convirtiendo en un amodorramiento incómodo. Mis ojos estaban tan hinchados que ni siquiera me atrevía a abrirlos. Me escondí en el cuello de Mew y me quedé ahí esperando a que él me apartar de su regazo y se fuera. Pero no lo hizo; en cambio, habló:

—Recuerdo la primera vez que tu madre y yo cortamos —me dijo con la voz tranquila—. Se fue a París por una larga temporada con un francés de dos metros.

Mantuve mis ojos cerrados, hipando y, por increíble que parezca, también escuchando. Me sentía vacía como un cascarón. Ya no me importaba si Mew me contaba su pasado con quien fuera; ya había perdido toda mi dignidad.

—Quedé considerablemente devastado. —Se echó a reír. El eco de su risa me transmitió una sensación reconfortante. Aún así, permanecí quieta—. Tenía dieciséis años, y ella veintitrés. No tenía la edad para saber que ella no se había tomado en serio lo nuestro… Al menos no como yo. Falsifiqué la firma de mis padres y me fui a buscarla.

Abrí un poco los ojos, pero todo estaba demasiado borroso. Sólo pude vislumbrar la nuez de mi padre subiendo y bajando conforme hablaba. Jamás había escuchado esa parte de la vida de mis padres. Recuerdo que se habían conocido en un restaurante de lujo; mi padre estaba con mis abuelos, y se había metido al tocador de mujeres para ver qué pillaba ver. No tuvo éxito, al menos no en el baño de mujeres, porque cuando fue al de hombres, mi madre entraba, según ella, por accidente, donde vio a Mew bajándose los pantalones. Se morrearon, etcétera, aquella noche.

2. NIÑA MAL: Despertando en Las Vegas [Abi Lí]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora