Capítulo 8 (otra vez): A Allie le van los tamaños prepúber

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Ése no era él. Quien estaba en la puerta mirándome como si fuera el demonio en persona no era él. Se parecía mucho, pero no podía ser él. Había envejecido al menos cinco años. Tenía el cabello largo, rizado y enmarañado rozándole los hombros. Su semblante era un piedra, y las arrugas de su entrecejo se habían marcado de por vida. Había perdido muchísimo peso; sus brazos, que una vez fueron musculosos y fibrosos, ahora estaban flácidos y débiles. Su pose también era diferente; parecía que llevara sobre los hombros un peso tan grande que lo hiciera encorvarse hacia delante. La ropa le quedaba enorme. Su rostro... Sus mejillas... Su mirada. Todo estaba destruido.

Ése no era él. Yo tampoco era yo.

Blake Caldwell estaba destrozada, pero Hassan Stone estaba demacrado. Daba pena por donde lo vieras.

Sus ojos y los míos se anclaron entre sí, pronfundos y a la vez vacíos.

Di un paso al frente, y su reacción fue echarse hacia atrás. Miró a su padre y negó con la cabeza.

—¿Por qué me estás haciendo esto? —le preguntó en un hilo de voz. Estiró una mano en alto hacia mí para asegurarse de mantener la distancia.

Pero yo no podía parar. Daba un paso, y luego otro, cada uno menos sólido que el anterior.

—Hassan —fue todo lo que pude decir.

Tras trastabillar sobre la alfombra, Hassan se echó a correr de espaldas. Mi instinto fue seguirlo. Llamaba su nombre a gritos detrás de él, pero no hizo más que correr. Bajé las escaleras detrás de él y lo alcancé mientras trataba de abrir los portones de madera. Cogí su mano con fuerza y la aferré a mi pecho. Él me empujaba con fuerza, pero me resistí. Una mano intentaba tirar del aro de la puerta y la otra luchaba conmigo. No iba a dejarlo ir. De ninguna manera.

—Hassan, para —le pedí entre lágrimas. Siguió empujándome—. ¡Para! —No se detuvo—. ¡Para! ¡PARA!

Entonces su mano, en vez de apartarme, se enroscó en mi brazo y me tiró hacia él. Mi cabeza aterrizó en su pecho, pero luego se deslizó hasta su hombros. Mis pies abandonaron el suelo y se enrollaron en la delgada cintura de Hassan. Su cara se hundió en mi hombro, y sus ahogos y sollozos se ahogaron en mi cuello. Mis manos se aferraban a su espalda, y las suyas a mi camiseta. Sentí que mi espalda se golpeó contra algo duro, y luego resbaló.

Estábamos en el suelo. Mis piernas aún alrededor de su cintura, y las suyas debajo de mí. Hundí mis dedos en su cabello y lo apreté con fuerza. ¿Qué tan real era todo aquello?

—Maldita desgraciada —masculló entre el llanto—. ¿Por qué no me dejas? ¿Por qué no me dejas de una vez?

Aunque insistiera sobre dejarlo, él no hacía más que aferrarme a su cuerpo.

Pasamos varios minutos así, soltando todo lo que teníamos guardado dentro. Sabía que teníamos público, pero me importaba bastante poco. Cuántas noches había pasado deseando oler su aroma otra vez, sentir su calor.

—Creí que jamás volvería a verte —gargajeé, entre espasmos.

—Cállate, maldita sea. —Me apartó de él, cogió mi rostro entre sus manos y me besó.

Su boca sabía a lágrimas y a desesperación. Mis labios aspiraron sus emociones, incrédulos de estar tocando otra vez los suyos. Sus manos me cogieron el cabello, apartándolo de mi rostro. Me besó las mejillas, la frente, el cuello y la boca, como si fueran a desaparecer de un momento a otro.

Lo miré con los ojos bien abiertos. Necesitaba asegurarme de que aquello era real, de que él lo era. Mis dedos fríos tocaron sus húmedas mejillas, su nariz, su boca tibia, su cabello largo. No lo hice por mucho tiempo, pues volvió a unir sus labios con los míos con más fiereza y tosquedad. Sus dientes hincaron cada parte sensible de mi boca, con algo que parecía más odio que deseo. No importaba. No me importaba nada.

2. NIÑA MAL: Despertando en Las Vegas [Abi Lí]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora