Capítulo 1: El despertar de Blake

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Eran solo las nueve de la noche, pero Levi y yo estábamos aburridas y desesperadas por un poco de emoción. Nos habíamos tumbado en su cama semidesnudas viendo hacia la puerta, esperando a que de repente un grupo de presos sexys recién fugados se prisión emergieran de la nada y nos suplicaran escondite a cambio de favores carnales, haríamos un plan todos juntos para adueñarnos de los Estados Unidos de América, pero como nosotras somos chicas adorables, la población nos elegiría como sus legítimas tiranas en vez de a esos peleles, y solo entonces Levi y yo empezaríamos a implantar nuestra leyes pro-bebida-a-los-quince, pro-nudismo, pro-torturas, pro-esclavismo-masculino, pro-cosas-pervertidas, pro-yo, pro-todo-lo-prohibido hasta que el mundo se destruyera a sí mismo.

Pero nada de eso pasaba por mucho que intentáramos ver la puerta sin parpadear. Seguía cerrada y forrada de principio a fin con llaves de todo tamaño y forma. Recuerdo la primera vez que la vi cuando tenía ocho años; me reí por tan ridícula decoración, y aún más por su significado (según la madre de Levi, era una ironía: había cientos de llaves engomadas en una puerta, y ninguna podría abrirla nunca, porque aquel rectángulo pertenecía a una sola, y permanecería sellada hasta que entrara la indicada). Ahora, más que nunca, aquella puerta era la representación de mi vida, y por eso la miraba tanto; pero había tenido que inventarle algo a Levi para que me permitiera observarla con tanto morbo (aquí llega la historia de los prisioneros sexys).

La dorada cabeza de mi mejor amiga colgaba del final de la cama mientras que la mía descansaba sobre su abdomen que subía y bajaba. Las tripas de Levi soltaban gruñidos de vez en cuando, y me pregunté qué se estaría cociendo dentro de aquel vientre virginal. Solté una risita sarcástica que hizo que Levi se irguiera. Solté un gruñido cuando mi pobre cerebro se desplomó hasta la suave frazada.

—¿Por qué te ríes? —me preguntó Levi mientras se acomodaba el largo cabello rubio que le caía por la espalda. La miré con detenimiento. Levi se había «embellecido» considerablemente esos últimos meses; ahora era una rubia candente con caderas de fuego y pechos abultados sin necesidad de tanto relleno. Sus ojos atrapados entre el azul y el gris irradiaban aún más sensualidad que antes. Aunque el hecho de que solo vistiera bragas de encaje negro que dejaba a la vista las líneas que precedían los sitios más apetecibles de su cuerpo y un sostén a juego podía estar relacionado con aquella idea mía. Un sensual aro le traspasaba la aleta nasal derecha; aunque yo no fuera partidaria de las perforaciones, debía admitir que a ella le quedaba estupenda.

—Nada —dije en voz queda, mirando hacia el techo; no quería ver a Levi, porque estaba demasiado sexy y no respondería por mis instintos, ésos que a ella le incomodaban tanto—. ¿Acaso no puedo reírme y ya?

En el techo no había llaves, pero sí figuras hechas a base de escarcha plateada. Aparte de cientos de pequeñas estrellas y cometas trazadas con precisión por seguramente un diseñador experto, había en una esquina en letras pequeñas una sola palabra «Contigo» (Levi lo había escrito en nombre de su abuelo fallecido). Aparté la vista con tanta fuerza que me dolieron los párpados. Y la cosquilla en los brazos también quiero acreditarla a ese reflejo. Había huido de mi casa para evitar sitios que ambientaran mis recuerdos, pero al parecer la casa de Levi tampoco ayudaba mucho. ¿Había algún sitio, por el amor de Dios, en el que pudiera esconderme de mi mente?

—¿Y si vamos al Stratosphere? —me sugirió Levi, dejándose caer de espaldas a mi lado. Se quedó mirando la puerta con la convicción de que mi historia de dictadura se haría realidad. Yo quería mandar a demolerla.

Puse los ojos en blancos y me levanté de la cama de golpe. Me moví sobre la alfombra de diseño oriental en dirección a la ventana, donde aparté la suave cortina color oro que oscilaba con suavidad a causa del templado viento de finales de septiembre, y miré el exterior. Podía divisar la enorme ciudad de Las Vegas resplandeciendo como una galaxia en un intenso dorado y a su vez chispeaban también pequeñas motas en tonos neón. La Torre Stratosphere se alzaba pretenciosa como si fuera el dedo corazón de Las Vegas al lado del SkyJump, el salto bungee donde me habían dado la licencia de menores para utilizar la atracción. Un vago recuerdo se asomó por mi mente, amenazando con quedarse, por lo que me aparté de la ventana a toda velocidad. Pero dentro no estaba mejor; la puerta se hacía más grande cada vez que la miraba, y el reflejo de la luz en la plata de las llaves me acuchillaba los ojos y se arremetía en mi cerebro trayendo consigo un cántico de burlas que solo yo escuchaba.

2. NIÑA MAL: Despertando en Las Vegas [Abi Lí]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora