Capítulo 28

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Dedicado a Njpirela

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Dedicado a Njpirela

***

Átenla bien fuerte. No confío en su sentido común, puede intentar escapar —ordenó Haru.

Hana no entendió, pero continuó forcejeando con los dos hombres que la sujetaban. Habían puesto un pañuelo en su boca que le impedía hablar.

Estaban en una especie de bodega en la parte trasera del mismo restaurante.

No te preocupes —volvió a hablar Haru, pero esa vez con el dueño del lugar—. No te causará problemas, solo estará aquí hasta que decida qué hacer con ella. No serán más de dos días. Mi familia jamás olvidará todo lo que estás haciendo por nosotros.

El hombre de mediana edad asintió y se marchó por la única puerta que tenía la habitación. Tampoco había ventanas; era un espacio muy oscuro y restringido donde apenas cabían la silla y algunos sacos. Por el olor deducía que eran especias y comestibles.

Haru se volteó hacia ella y la observó con detenimiento.

—Escúchame bien, Hana —le dijo con voz neutra—. Van a quitarte el pañuelo, pero que no se te ocurra gritar. Nadie te escuchará, de cualquier modo. Esta noche no hay clientes en el local, solo nosotros.

Luego le hizo una señal a uno de sus hombres.

—¡Bastardo de mierd—

Hana ni siquiera notó lo que pasaba hasta que sintió la bofetada y el sabor metálico en su boca.

¡¿Qué diablos crees que haces?! —le gritó Haru al que le había golpeado y lo agarró por el cuello con fuerza. Su rostro mostraba su ira, e hizo que el hombre retrocediera por completo—. ¡Si vuelves a tocarla te vuelo la cabeza! ¿Te queda claro?

El tipo asintió con nerviosismo y Haru lo soltó sin suavizar la mirada. Se acercó a ella y se agachó a su lado.

—¿Estás bien?

—¡Púdrete! —respondió ella y algunas gotas de sangre le salpicaron la cara al chico. Él volvió a ponerse de pie y se limpió con el dorso de la mano.

—Siento que tuviéramos que llegar a esto, no me dejaste opción cuando decidiste dispararle a Tadashi.

—¡Son unos cabrones! ¡Van a pagar muy caro por esto!

—¿En serio? —dijo Haru con tono irónico—. Mírate, Hana, no creo que estés en posición de hacer amenazas.

—Tú y toda tu maldita familia son unos pedazos de mierda, Haru Miyasawa —escupió con desdén.

—En eso estamos de acuerdo —dijo él y se encogió de hombros—. Pero tus queridos Dragones Rojos no estaban demasiado limpios que digamos. Sobre todo tu padre.

—¡Cállate! ¡Tú no sabes nada sobre mi padre!

—Tampoco tú, al parecer. —Haru se agachó nuevamente, pero esa vez un poco más lejos de la silla—. Nuestros padres y abuelos están muertos, y siempre supuse que con ellos se había terminado la rivalidad eterna y sangrienta de nuestras familias. Ese enfrentamiento solo trajo muertes y dolor para ambos lados, tú deberías saberlo mejor que nadie... —Suspiró profundo y a Hana le pareció que sus ojos negros reflejaron cierta tristeza—. Entonces, Hana Sakura, ¿qué diablos te hicimos nosotros para que nos odies tanto?

Hana soltó una risa irónica.

—¿En serio tienes el descaro de preguntar? ¡Ustedes me lo robaron todo! Sus malditos padres me arrebataron a mi familia y ni siquiera les bastó con eso: ¡robaron todo lo que me pertenecía!

Haru asintió con la cabeza y se levantó.

—Ah —dijo con simpleza—, es eso entonces.

—¡Imbécil! ¡No se saldrán con la suya!

Hana dudaba que ella pudiera hacer algo para detenerlos, pero le quedaba la pequeña esperanza de que Barnes lo lograra. Y también de que notara su ausencia antes de que ellos terminaran el trabajo.

Si le tocan un solo cabello los degollaré con mis propias manos, ¿entendido? —les dijo Haru a sus dos hombres con una expresión amenazadora.

Sí, señor —respondieron al unísono.

Su única misión es vigilarla. Si vuelve a gritar le colocan el pañuelo y si intenta escapar la atan con más fuerza.

Hana miraba la escena sin comprender una palabra. Sintió una punzada en el pecho. ¿Acaso ya les estaba ordenando matarla? Tragó en seco solo de pensarlo. No obstante, él se volvió hacia ella:

—Aún no he decidido qué haré contigo, pero seguirás viva por el momento, a menos que hagas algo estúpido. Mis hombres tienen el camino libre para pegarte un tiro en la cabeza si intentas escapar, o si simplemente molestas demasiado. Tú decides.

Luego dio media vuelta y desapareció por la puerta.

—Maldita sea —musitó Hana e intentó tragarse el nudo que tenía formado en la garganta.

Su labio roto ardía y aún sentía el sabor de la sangre en su boca. Las ataduras en sus muñecas y tobillos no le permitían siquiera moverse un poco. Estaba atrapada y abandonada a su suerte. Sus ojos escocían, pero no quería llorar frente a esas dos bestias. Le lanzó una mirada de puro odio al que la había golpeado, aunque él no le prestó ninguna atención.

«Por favor, no me dejes aquí —imploró mentalmente—. Prometiste protegerme, ven por mí...».

Confiaba en Barnes, pero temía que no lograra llegar a tiempo. Pensó en todas las cosas que le faltaban aún por vivir y que pendían de un hilo en ese instante. Todo habría sido en vano si terminaba muerta en un callejón o en un río. Entonces pensó en su madre. Recordó su llanto el día que se había marchado de la casa. Esa había sido la última vez que la había visto o sabido algo de ella.

«No quiero ver nunca más la jodida cara de la persona que me arrebató a mi padre», le había dicho. Y, en ese instante, atada a una silla, golpeada y quizás a punto de morir, la palabra «nunca» le parecía más abrumadora y cercana que en ninguna otra ocasión.

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La flor del ocaso © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora