Capítulo 42

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Dedicado a utriarlin

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Dedicado a utriarlin

***

La maleta ya estaba lista. Solo quedaban sobre la cama la chaqueta negra y la bufanda color crema que usaría en el avión. Y también el arma que Haru le había dado, no estaba segura de dónde debía guardarla. Seguramente tendrían que deshacerse de ella antes de entrar al aeropuerto.

No obstante, la tomó en sus manos y decidió meterla en el bolsillo exterior de la maleta. Ahí estaría a mano para devolvérsela a Haru. No quería tenerla consigo por mucho más tiempo.
Dio un par de vueltas en la habitación y retocó su maquillaje. Ni siquiera tenía un motivo en concreto, pero había despertado de un muy buen humor ese día. Las náuseas habían estado controladas y no había vomitado ni una vez.

«Me alegra que te estés portando bien hoy», pensó mientras se acariciaba el vientre. Aún no se notaba la diferencia en su cuerpo, pero no podía dejar de pensar que ya eran dos en lugar de uno. Incluso se había permitido a sí misma fantasear un poco sobre la apariencia de su futuro bebé. Seguramente tendría los ojos rasgados como Haru y las mejillas regordetas como ella de pequeña.

A pesar de que ser madre no había estado entre sus planes inmediatos, creía que todo lo demás podía ser pospuesto. Ya tendría tiempo de ser esa abogada prestigiosa que tanto había deseado en algún momento. En ocasiones se sentía aterrada al pensar en que una vida dependería casi por completo de ella, pero sabía que no estaría sola. Confiaba plenamente en Haru, por muy irónico que eso le resultara.

Apenas acababa de retocar su coleta baja cuando llamaron a la puerta. Sonrió al pensar que debía ser él, aunque era más temprano de lo previsto.

No obstante, su sonrisa desapareció por completo una vez que abrió.

—¡Mierda! —exclamó e intentó cerrar la puerta, pero Tadashi se lo impidió abalanzándose sobre ella. Puso una mano en su boca y con la otra le apuntó a la cabeza con un arma.

—No se te ocurra gritar —la amenazó con su acento marcado—, o no dudaré en atravesarte esa linda carita con una bala.

Hana asintió y se quedó muy tranquila. Sabía que cualquier movimiento brusco podía costarle la vida a su bebé.

—Bien —dijo él, complacido—, así me gusta. Ahora, mi querida Hana, vas a seguir detalladamente mis instrucciones y de ese modo no saldrás lastimada... —Sonrió con malicia—. Por ahora.

Ella sintió su sangre helarse al ver el siniestro gesto en su cara. No sabía cómo él la había encontrado y no estaba segura de si sabía que ella había sido quien le había disparado en el callejón. Solo tenía algo muy claro: Tadashi venía por Haru y el futuro que él le había prometido pendía de un hilo.

—Siéntate muy despacio, Hana, sin hacer ningún movimiento brusco —le ordenó, arrastrando una silla, y ella obedeció sin dudarlo.

Luego él tomó la bufanda que había sobre la cama y ató sus manos tras la silla. Se sacó un pañuelo del bolsillo y lo colocó con fuerza en su boca. Hana cerró los ojos y sintió un vuelco en su estómago. Era la segunda vez que se veía en esa situación, y no estaba segura de si lograría salir ilesa como en la primera. 

—Con eso bastará por ahora, no creo que mi querido primito tarde demasiado en venir por su zorra.

Las lágrimas comenzaron a brotar sin control de sus ojos. Tadashi la miró con cierta diversión y se inclinó para estar más cerca de su rostro.

—Oh —dijo con fingido pesar—, pobre zorra caza fortunas, seguramente nunca estuvo entre tus planes terminar atada a una silla en uno de los hoteles más caros de Japón, ¿eh? Pues lamento joder tus ilusiones, pero tengo una deuda pendiente con mi primo y tú me ayudarás a saldarla...

Hana sollozó, aunque la tela impidió que fuera un sonido audible. Estaba más vulnerable que nunca y la única esperanza para ella y el bebé era Haru. Sin embargo, una parte de sí pedía a gritos que él no apareciera, pues ese psicópata era capaz de hacer cualquier cosa, y la idea de que dañara a Haru le causaba un dolor insoportable.

Tadashi comenzó a dar vueltas en el cuarto y a inspeccionar todo lo que había. Ella no dejó de seguirlo con la mirada hasta que lo vio guardar la pistola en su cinturón. Entonces sus ojos se posaron en la maleta, a poco más de un metro de ella. Si lograba soltar al menos una de sus manos quizás podría alcanzarla.

Comenzó a forcejar poco a poco con la bufanda. No era una tela demasiado flexible, así que el roce dañaba sus muñecas. Tenía que liberarse, esa era la única alternativa para que pudieran salvarse los tres.

Sentía la tela quemar su piel, pero había comenzado a ceder. Solo necesitaba algo de tiempo y lo lograría.

«No vengas, por favor —imploró mentalmente—. Aún no».

El mundo pareció detenerse para ella cuando sintió que llamaron a la puerta. Tadashi la miró con una sonrisa torcida y le indicó que hiciera silencio. Lo vio sacar el arma y dar cada paso hacia la puerta como si fuera en cámara lenta.

«Haru...», pensó y cerró los ojos con fuerza. No podía ver lo que estaba a punto de ocurrir.

 No podía ver lo que estaba a punto de ocurrir

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La flor del ocaso © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora