Dedicado a 15BRILLITH
***
—Señor —lo llamó uno de sus hombres. Haru se levantó del sillón y dejó sobre la mesa frente al sillón los documentos que estaba revisando.
—¿Sí?
—Ya llegaron las pertenencias de la chica.
—¿Revisaron bien cada rincón de la habitación?
—Así es, lo recogimos todo. ¿Dónde colocamos la maleta?
—Aquí está bien. Muchas gracias.
El hombre asintió e hizo una pequeña reverencia para luego marcharse. Haru se acercó a la maleta en el suelo y la abrió, no lograba resistir la curiosidad. Dentro estaban la ropa de Hana y sus artículos personales. Recorrió con sus dedos un par de tejidos y la recordó paseándose por la empresa con esos trajes. También estaba el que había llevado el primer día, con el que tanto había logrado impresionarlo. Hana era hermosa y no tenía problema alguno para demostrárselo al resto del mundo. Esa simple idea le robó una pequeña sonrisa. Aún tenía tan fresco el recuerdo de la primera vez que la había visto; su belleza solo había aumentado con el paso del tiempo.
Un recorte doblado de periódico llamó su atención. Contenía una fotografía en blanco y negro del rostro de un hombre joven. Sin embargo, él no necesitaba colores para visualizar a la perfección sus penetrantes ojos azules. Ella se le parecía tanto...
Tomó una bocanada de aire y lo devolvió todo a su lugar. Luego subió las escaleras y colocó la maleta frente a la habitación de Hana. Tocó suavemente y se marchó sin esperar a que abriera. No debía tener deseos de verlo y él no la culpaba.
«Ya se le pasará —se dijo—. Solo estoy haciendo lo correcto».
El resto de la tarde y la noche pasaron sin que lograra conciliar ni un segundo de paz. Faltaban solo horas para que saliera el cargamento. Llamó alrededor de siete veces a todos sus hombres y a McGwire para asegurarse de que todo estaba en su sitio, nada podía salir mal. De esa arriesgada jugada dependía el futuro de sus relaciones y negocios en ese país, además de que no podían darse el lujo de perder tanto dinero o verse involucrados en problemas con la policía. Había tenido que hacerlo todo solo por el estado de salud de Tadashi, así que el resultado de toda la operación sería únicamente su responsabilidad.
También estaba el asunto del casino. Esperaba que ese imbécil lograra conseguir los documentos que necesitaba antes de que fuera demasiado tarde. Esos dos días serían tan decisivos que ni siquiera podía darse el lujo de dormir.
La mañana lo sorprendió sentado en el sillón junto al teléfono. Ese día solo iría a visitar a su primo al hospital y regresaría a casa para esperar noticias. A esa hora ya debían estar alistando el cargamento para sacarlo de la ciudad. Saldría en la tarde y cruzaría los límites alrededor de las once de la noche. McGwire lo llamaría en cuanto lo lograran sacar.
Tomó un baño y se cambió. No podía esconder las marcas del cansancio y la ansiedad de su rostro, pero podía al menos lucir mejor. Subió hasta el cuarto de Hana para verla antes de irse. Apenas tocó ella le dijo que pasara. Había esperado gritos y ofensas, así que su cambio de humor lo sorprendió un poco.
La chica estaba sentada en la cama sin más vestuario que una toalla blanca envuelta en su cuerpo. El cabello mojado le caía sobre los hombros y goteaba un poco sobre la sábana y el libro que tenía entre sus manos. Haru se aclaró la garganta y entró, obviando el hecho de que la tenía casi desnuda a solo un par de metros de distancia.
—¿Qué se te ofrece? —dijo ella sin mirarlo.
—Quería saber cómo pasaste la noche y si te sientes bien esta mañana. Tengo entendido que el embarazo suele causar malestares matutinos.
—Cada embarazo es diferente —dijo ella con simpleza.
—Comprendo.
Dio un vistazo alrededor de la habitación. La maleta seguía intacta, aún no había sacado sus cosas. Sin embargo, decidió no hacer ningún comentario al respecto.
—¿Cuándo bajarás a desayunar? Puedo pedir que también te suban el desayuno, pero quizás te sientas más cómoda en el comedor.
—Iré cuando te hayas largado.
—Bien. Ya sabes que todo lo que necesites se lo puedes pedir a cualquiera de los empleados. La mayoría de ellos pueden hablar español. —Ella seguía ignorando abiertamente su presencia, pero eso no le importaba demasiado—. Que tengas un buen día, Hana.
—Que el tuyo sea una mierda.
—Gracias por tus buenos deseos —dijo y sonrió mientras salía y cerraba la puerta.
Pasó cerca de una hora con Tadashi en el hospital. Aunque su primo nunca admitía lo que sentía, estaba evidentemente tan ansioso como él. Cada día que pasaba allí lograba que su hostilidad aumentara, pero Haru estaba adaptado a lidiar con sus crisis, así que no lo tomó mucho en cuenta. El médico les había dicho que la herida estaba en muy buen estado y que en un par de días ya podría marcharse. De vuelta a casa Haru se encargó con la ayuda de dos de sus hombres de vaciar el estudio del primer piso y de mudar todas las pertenencias de Tadashi hacia ahí. Ese sería su habitación provisional hasta que su salud le permitiera subir las escaleras.
Tenía que reconocer que la casa estaba demasiado solitaria sin sus gritos y sus quejas por todo. Además de que nunca pasaban tanto tiempo separados uno del otro, su tío se había encargado de eso desde que eran pequeños.
El día pasó con lentitud y sin recibir ninguna mala noticia sobre el cargamento. Todo marchaba según lo previsto. Sin embargo, cuando el reloj marcó finalmente las once de la noche, sus nervios comenzaron a traicionarlo.
Caminaba de un lado al otro de la habitación sin lograr detenerse. Sus manos jugaban incesantemente con los botones de su camisa. McGwire estaba tardando demasiado en llamar. Quizás su plan no había sido tan infalible después de todo.
Fue hacia la despensa y tomó una de las botellas de licor más caras. La destapó con desesperación y tomó un trago largo. Si había cometido un error decepcionaría a su tío sin remedio. ¿Le cedería el mando de la familia a Tadashi? ¿Lo desheredaría? Su tío se arrepentiría de haberle permitido mudarse de Japón.
Quizás su obsesión personal lo había cegado y lo había conducido al fracaso. Quizás lo mejor hubiera sido dejar las cosas como estaban y centrarse únicamente en su responsabilidad familiar.
El teléfono sonó y dejó caer la botella al suelo del sobresalto. El cristal se hizo añicos y el alcohol le salpicó la ropa, pero su única idea era contestar. Descolgó con manos temblorosas y se llevó el aparato al oído.
—¿Sí? —preguntó de inmediato—. ¿Funcionó?
—La policía acaba de interceptar el cargamento en la frontera norte de la ciudad.
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La flor del ocaso © [✓]
Gizem / Gerilim"Hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos". -William Shakespeare. ** Hana Langford no conoció a su padre. Él murió en un accidente de tránsito antes de que ella naciera, o al menos eso le han contado. Sin...