Dedicado a KibethStar
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Hana se incorporó lentamente hasta sentarse en la cama. Se sentía raro para ella despertar en una habitación que no era la suya, pero nunca más dormiría allí ni tampoco entraría a esa casa. Se había marchado tres días atrás y sería para siempre. Había dejado a su madre llorando e implorándole, pero tampoco quería volver a verla.
Se sentía traicionada y herida, por lo que había decidido iniciar su propio camino lejos de la gran mentira en la que siempre había vivido.
Su maleta estaba tirada en una esquina del pequeño y algo descuidado cuarto de hotel. Las paredes eran de un color azul desgastado y dudaba que las sábanas fueran cambiadas con frecuencia. No obstante, no podía permitirse nada mejor hasta que comenzara a trabajar.
Miró hacia la mesita de noche, donde había colocado el único recorte que mantuvo consigo: el que tenía la foto de su padre. Lo tomó en sus manos y suspiró profundo.
Ethan había sido verdaderamente hermoso —o Hiroshi, pues ya no sabía cómo llamarlo—. Cada facción de su rostro parecía tallada por los ángeles. Hana imaginaba que sus ojos debían de haber sido tan azules como los de ella. Sentía nostalgia de él, aunque no lo había conocido, y no paraba de preguntarse si él la habría querido y habría disfrutado verla crecer. Sí que se parecía a su padre, Barnes tenía razón, y eso la hinchaba de orgullo.
Llevaba todos esos días prácticamente sin comer o dormir. Solo lograba darle vueltas a su situación y a todo lo que había descubierto sobre sí misma. No tenía casi dinero ni tampoco había buscado ningún otro posible trabajo luego de lo ocurrido en el bufete. Pedirle ayuda a su madre o a su tía Rose no era una opción, y no tenía demasiados amigos a los que acudir tampoco. Tenía que hacer algo y solo le quedaba una alternativa para subsistir por su cuenta.
Luego de tomar un baño, se vistió con uno de sus mejores trajes y se maquilló un poco más de lo usual, pues sus ojeras eran notables. Salió de aquella pocilga en medio de la cuidad y se dispuso a tomar un taxi. No le agradaba en lo absoluto dejar sus cosas allí, pero no podía cargar con la maleta para todos lados.
En menos de quince minutos se vio a sí misma frente al enorme edificio en el cual había comenzado el mayor cambio de toda su vida.
No tenía cita con Barnes, pero él le ordenó a su secretaria hacerla pasar de inmediato apenas supo de su presencia.
Hana entró nuevamente a la oficina y se sentó en el enorme sillón, sin saludarlo siquiera. No tenía tiempo para formalidades.
—¿Quién diablos es usted y qué quiere de mí? —soltó de inmediato. Barnes la miró con sorpresa, pero luego le sonrió.
—Quiero ayudarte a hacer justicia, pequeña Hana, eso es todo... —respondió y se recostó en su silla.
—¿Dónde conoció a mi padre y por qué está tan interesado en ayudarme? —No suavizó su tono, a pesar de la mirada apacible del hombre—. Si algo he aprendido en mi vida es que nadie hace favores sin querer algo a cambio. Además, ya sé perfectamente que mi padre no murió en un accidente, mi madre... —Bajó la mirada e hizo una pausa antes de continuar—: En fin, ¿de qué justicia habla, entonces?
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La flor del ocaso © [✓]
Misterio / Suspenso"Hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos". -William Shakespeare. ** Hana Langford no conoció a su padre. Él murió en un accidente de tránsito antes de que ella naciera, o al menos eso le han contado. Sin...