Capítulo cuarenta y cinco

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El mejor sueño de mi vida

Estaba teniendo el mejor sueño de mi vida, ciertamente no recuerdo ni de qué trataba, pero ese júbilo que se expandía en mi pecho me dejaba saber que era un sueño genial. De pronto, mi nombre empezó a ser dicho tantas veces que sonaba como un eco en el fondo de mi cabeza, Jane, esa era yo, pero no quería serlo, porque de ser yo esa Jane a la que llamaban con tanta insistencia, tendría que abrir los ojos y no quería hacerlo.

—Tienes que despertar.

Oh, no, eso no iba a pasar. Me di media vuelta, dándole la espalda a esa voz que empezaba a ser molesta.

—Jane.

Abrí los ojos solo un poco para ver mi entorno. Aún la habitación estaba sumida en la oscuridad, la única luz que había era la producida por la lámpara. ¿Y así quería que me despertara?

—No me voy a despertar —balbuceé con mi boca todavía dormida.

—Vamos, de pie.

Me desarropó hasta la cintura, casi suelto un grito por el frío.

—Estás de mente, ¿qué hora es?

—Las seis menos cuarto.

Mi cerebro, que de por sí estaba lento, se demoró en entender qué hora era, pero cuando lo capté, me escandalicé.

—No hay forma de que me saques de esta cama tan temprano, Giovanni. —Jalé la cobija hasta que me cubriera la cabeza.

—Lástima... —resopló—. Tenía planeado que fuéramos a un lugar, tendré que decirle al lanchero que será otro día.

La cama se hundió a mi lado con el peso de Giovanni, y la cobija se movió dejándome saber que se había arropado con ella. Maldije. O yo era muy débil, o él muy astuto. Giré sobre la cama para encontrarme con su espalda desnuda, hundí mi dedo en la masa de su brazo, y él hizo un sonido interrogativo con su garganta. Rodé los ojos.

—¿A dónde iremos?

—Creí que querías seguir durmiendo, cielo —dijo con cierta sorna.

No podía verle el rostro, pero sabía que estaba riéndose.

—¿Me dirás o no? —bufé.

Volteó, nuestras caras quedaron separadas por apenas unos centímetros. Estuvo callado unos segundos observándome detenidamente, mis ojos empezaban a cerrarse hasta que dijo:

—Iremos a la cueva azul.

°

—Señor Rowling, buen día —saludó el sujeto de pie junto a la lancha. Giovanni y él estrecharon las manos, después se giró hacia mí con el rostro más gentil que había visto jamás—. Señorita, mi nombre es Ari, seré quien los lleve.

—Buenos días, Ari, es un placer —dije con una sonrisa.

Escondí un bostezo con mi mano.

—Pasen, si llegamos a tiempo, alcanzaremos a ver el espectáculo.

Ari subió de primero y se hizo a un lado para que hiciéramos lo mismo. Gio lo siguió, para después ayudarme a entrar con sus manos en mi cintura.

—¿De qué se trata? —pregunté, tomando asiento. Giovanni me envolvió en sus brazos, y yo recosté mi cabeza sobre su hombro.

—¿El señor no le ha dicho a qué vamos? —cuestionó Ari, poniendo en marcha el vehículo.

Negué con la garganta.

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora