Capítulo treinta y dos

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Tempestad

Lo vi acercarse a través de la nieve mientras yo daba pasos hacia atrás, mis uñas se hundían en la carne de mis palmas y estas ardían. El humo blanco que provocaba mi respiración lograba distraerme del peligro inminente que tenía enfrente, pero el miedo nunca se redujo ni me abandonó; en todos esos años, en estos últimos meses y en ese mismísimo momento, el miedo había sido mi compañero incondicional, que no estuviera conmigo cuando mi escape llegara a su fin, habría sido un milagro.

—Por favor, Oscar, por favor. —No sabía qué era lo que le pedía, pero esperaba que él lo entendiera.

Su sonrisa fue grande antes de soltar una corta carcajada. Miró hacia el auto velozmente y luego regresó toda su atención hacia mí.

—Todavía crees que puedes escapar de mí. —Acabó con los últimos pasos que había entre nosotros y agachó la cabeza para verme a los ojos. Se pasó la lengua por los labios y exhaló fuertemente, el aire que salió de sus fosas nasales me acarició el rostro e hizo que me removiera. Miré a los lados en busca de alguien que pudiera darse cuenta de la escena, no obstante, en ese lugar apenas había un alma presente, no había quien pudiera ayudarme—. Sube al auto.

—No iré a ningún lugar contigo —dije, pero no hubo palabra que no fuera entrecortada por mis nervios.

Oscar sonrió aun más fervientemente, canteó la cabeza y subió las cejas juguetonamente. Mi corazón iba a mil por segundo, sentía que mis piernas se doblegarían en cualquier momento.

—Mírate, ¿de dónde tanta valentía de repente? Ya te lo dije, Jane, no me obligues a hacer un escándalo aquí, sería un tanto vergonzoso para estas personas de las que te has rodeado, ¿no crees?

Negué con la cabeza mientras me mordía los labios evitando llorar. No podía verlo nítidamente por la obstrucción que hacían mis lágrimas, mas presentía que su expresión debía recalcar la ira misma. Levanté la cabeza para encararlo, con la ilusión de que de esa forma podría sonar más autoritaria, pero vaya equivocada que estaba.

—No me voy a ir de aquí, Oscar.

—No te estoy pidiendo tu opinión, te estoy diciendo que metas tu puto culo en el auto. —Tomó mi mandíbula entre su mano y la apretó fuertemente—. No tengo ganas de repetirlo, espero me hayas comprendido mejor esta vez.

Empujé su cuerpo lejos e intenté correr lo más rápido que pude pese a los tacones, con cada paso me dolían más los pies y un intenso dolor me atravesó la espalda, sin embargo me negaba a detenerme. No hizo falta mucho tiempo para que mi huida acabara, para cuando logró atraparme agarrando mi estómago con sus brazos, intenté gritar lo más fuerte que pude con la esperanza de que llegara a los oídos de alguien. Me giró de manera brusca y me zarandeó de los hombros mientras gritaba:

—¡Cállate, perra!

Golpeé su pecho con mis puños en repetidas ocasiones en lo que lloraba desconsoladamente y le gritaba no cuantas veces me permitió mi boca antes de limitarse a sollozar. Oscar levantó su mano y la estrelló sonoramente contra mi rostro, el hormigueo en mi mejilla era tan caliente que me costó asimilarlo por un momento, mientras lo hacía, mi llanto, mis gritos, mis golpes, incluso mi respiración, se detuvo por unos segundos que fueron eternos en mi mente. Lo vi a los ojos con los míos desenfocados en lo que un nudo se situaba en mi garganta.

—Te odio. —Me salió como desde el alma—. Te odio, te odio tanto, pero tanto, Oscar. Volviste mi vida mierda. Si crees que deseo en lo más mínimo vivir contigo nuevamente, simplemente eres un imbécil que no se entera ni de qué día es hoy. Me das asco.

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora