Capítulo ocho

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Una ofrenda de paz

Mientras caminaba devuelta a la mansión Rowling iba cayendo en cuenta del embrollo en el que me había metido. Había mentido con todos los dientes. Nunca tuve un trabajo —no porque no quisiera—, y así tuviera experiencia en las labores domésticas —que la tenía— no había quién pudiera comprobarlo. Me sentía apenada de haber engañado a una persona tan amable como lo era Amelia Makabe, pero si quería empezar de cero en esta improvisada nueva vida debía mentir. Y hacerlo bien.

Y solo había una persona que podía ayudarme.

Giovanni Rowling me odiaba, y yo no soportaba su actitud infantil. Yo no era quien para pedirle absolutamente nada, era consciente. Pero si él me escribía esa carta recomendándome para el trabajo, existía una amplia probabilidad de que me fuera de su casa más pronto de lo que ambos teníamos previsto. Me apenaba terriblemente, no obstante, era lo último que le pediría y si teníamos suerte no nos volveríamos a ver nunca más en la vida.

Si conseguía el trabajo, tenía que confiar a ojos ciegos en ellos. Temía que con el tiempo la familia notara que esa mujer desaparecida de la que tanto hablaban era yo. No podría meter las manos al fuego y decir que ellos no me acusarían a la policía. En cambio, si podía hacerlo con la bella y sabía que ella no permitiría que el joven Gio me delatara.

Me sentía a salvo en ese lugar.

Tras tocar la puerta, Viviane apareció limpiándose las manos mojadas en el delantal antes de darme un fuerte abrazo.

—Espero que esa cara extraña signifique "mi querida Vivi, vengo por mis pertenencias, empiezo ya mismo" —tomó mi cara en sus manos. Olfateé con gusto el olor artificial a manzana impregnado en su piel—. Venga, pasa.

La casa tenía un delicioso olor a limpio que te golpeaba nada más dar un paso al interior. Viviane lucía sudorosa y desaliñada. Los mechones que se le escapaban de su moña, eran atrapados por el sudor pegándolos a su frente y a su cuello. Su piel lucía brillante y parecía cansada.

—Cuéntamelo todo —pidió.

—Tienen siete hijos —dije, todavía sin tragarme el cuento entero—, si me gano el trabajo pierdo la cordura.

—Como dicen por ahí, dando y dando —La miré con una mezcla de sorpresa y repulsión en la mirada. Ella, por su lado, continuó con sus risotadas—. Deja esa cara y mejor dime cómo era la casa, cómo te trató la Amelia esa, cómo es eso de que ahora tiene siete hijos. No omitas ni un detalle.

Al parecer en el pueblo todos sabían de la existencia de todos. Era suficientemente pequeño para que te cruzaras la misma cara varias veces en un mismo día. Se notaba que la privacidad no existía, pero a nadie parecía molestarle.

Cada vez, comprendía más porque Giovanni, siendo una figura pública, decidió vivir en las afueras. Donde nadie querría vivir. Un lugar del mundo que pasaba completamente desapercibido. La casa era inmensa, pero estaba bien escondida.

Le dije a Viviane los detalles importantes de mi entrevista; la buena voluntad de la señora Makabe, los estatutos que ponía, los trabajos que debía realizar de trabajar ahí, lo grande que era la casa de la familia y las muchas ganas que tenía yo de poder ganarme uno que otro peso por mí misma. Pero traté de no llevar mucho a tema la vida de la mujer y su intimidad. «Qué aburrida eres, qué barbaridad», se quejó la bella ante mi negativa.

No paré de hablar, tratando de llenar un espacio que únicamente habitaba en mi mente. Estaba intentando alargar el tema lo más que pudiera antes de revelarle el motivo de mi agobio. Cuando ya no daba para más vueltas tomé aliento y lo solté.

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora