Capítulo once

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Gris

La música sonaba aturdiendo los oídos de todos nosotros los presentes. La melodía era lenta, con tanta frescura como una pastilla de menta. Las personas, inmersas en sus conversaciones, parecían olvidar el resto del mundo que los rodeaba. Los hombres vestían trajes elegantísimos y las mujeres que yacían colgando de sus brazos, utilizaban los más bellos vestidos que yo hubiera visto en mi vida.

Todo el lugar parecía de oro. Desde los candelabros que llenaban de gracia y luminosidad cada mesa, hasta las dentaduras de los hombres que se paraban frente a la puerta y únicamente asentían como diciendo "Pareces bastante ricachón. Pasa, pasa".

Al ver a Giovanni, sin un solo vello en su barba, su cuerpo bien estirado como un pavo real y su amargo semblante, no podía dejar de pensar en cómo un hombre tan apuesto podía tener aquella áspera personalidad.

Ojeé al señor Rowling de media vista. Él llevaba a la señorita Harris del brazo, con el cuello en alto como quien porta a una majestuosidad de mujer. Ambos caminaron hacia el interior mientras Lara le platicaba de algo que yo no alcanzaba a oír, Giovanni de vez en cuando asentía y ella continuaba parloteando más que satisfecha.

Indudablemente, lucían como la pareja perfecta. Y la gente del lugar volteaba a verlos al pasar. Algunos saludaban al señor con un apretón de manos, otros únicamente murmuraban contentos.

—¿Jane?

Preguntó Luca apretando mi mano con firmeza. Lo observé con sorpresa mientras me acariciaba.

—Se ve hermosa esta noche, por favor —me tendió su brazo y sonrió—, permítame ser su galán acompañante.

Afirmé con la cabeza, a pesar de que no estaba nada segura, y lo agarré con fuerza temiendo que me arrepintiera en los siguientes segundos. Caminamos presurosamente escuchando la música revotar entre las paredes. Se notaba a kilómetros de distancia que era una celebración de personas de clase alta, y por más que intentaba comprender qué hacía yo ahí envuelta en tanta refinería, no lo comprendía.

Mas, me di cuenta de que aquello estaba en mi cabeza. Yo era la única que me daba cuenta de que en realidad no encajaba con ellos. Solo yo sabía que no me pertenecían ni las joyas, ni el vestido, ni los zapatos, por Dios ¡Ni las pestañas! Ni la vida que intentaba aparentar que tenía. En ese lugar, atrapada en una burbuja musical, yo era igual que todos los demás y por mis santos cojones disfrutaría de ello hasta que la noche llegara a su fin. Porque no había otro ser en este vil mundo que se mereciera eso más que yo.

Conforme avanzábamos entre la multitud, Luca me iba acercando más a sí y su olor a rosquillas y aguardiente me capturó. Era tan flaco como una espina que antes de que sus manos sostuvieran mi cintura, no creí que pudiera hacerlo con tanta firmeza.

Entonces, cuando ya había pasado un largo rato dando vueltas en círculos y saludando a completos desconocidos, sonó una canción que lleno de euforia a todos los presentes.

Nadie se quedaba sentado, las mujeres invitaban a los hombres seduciéndolos con miraditas y los hombres corrían a la pista engatusados.

—¿Qué es lo que tiene esta canción que está haciendo enloquecer a todos? —pregunté.

—¿Bromeas? —dijo parando en seco para mirarme a la cara—. ¡Es la canción del momento!

—Jamás la he escuchado.

Me sinceré. El ritmo era movedizo y la letra invitaba a dejar los tapujos a un lado y mover el esqueleto. Aunque con palabras más vulgares. Las personas reían, daban vueltas y jugaban con sus manos en el aire. Como si esa canción con el simple hecho de haber sonado, ya hubiera hecho de su vida, y aquella velada de media noche, un regocijo.

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora