Capítulo treinta y nueve

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Un momento capturado en papel

Viviane tenía una sonrisa extraña la mañana en que empezó mi octavo mes de embarazo. Lo noté porque, mientras metía el pan en la tostadora y preparaba los huevos con tocino, se quedaba mirándome por largos periodos de tiempo y las comisuras de sus labios empezaban a subir por sí mismas. Tan ensimismada se quedó por un momento que, de no ser porque yo le avisé, las tostadas se habrían achicharrado.

Lo atribuí a que mi inmensa barriga le daba nostalgia; «cuando te encontré te veías tan febril, y mírate ahora, tan llena de vida y a punto de traer un nuevo ser al mundo. Deja, que me pongo sentimental», me había dicho una tarde en un momento completamente aleatorio mientras veíamos la televisión.

Por esa razón, no le presté más atención al asunto y simplemente le devolví cada una de las sonrisas que ella me propició.

Briseida llevó el desayuno a la mesa, me senté de primera y le di un mordisco a esa tostada en lo que esperaba que el hombre de la casa bajara a desayunar. La bella se sentó a mi lado, miraba al reloj de la pared con recurrencia, y preguntaba constantemente por Giovanni. Yo me encogía de hombros, solo sabía que estaba tomando un baño, y aunque esa respuesta ya se la había dado desde el principio, ella continuaba preguntando.

Cuando ese hombre se dignó a aparecer, mi desayuno iba por la mitad. Llevaba un traje negro y se notaba que acababa de afeitar su barba, se sentó en frente de mí para tomar los cubiertos y atacar los huevos fritos.

—Giovanni, se hace tarde —comentó Viviane, provocando que él quedara con la boca abierta y el tenedor en medio camino.

—No es cierto —dijo, mirando su reloj de muñeca.

—Sí lo es.

Me quedé mirándolos, al tiempo que llevaba la tasa de chocolate a mi boca.

—Diez de la mañana —farfulló la bella, como si con eso dijera todo.

Le eché un vistazo al reloj, según éste eran las nueve y cuarenta y cinco, así que para mí no tenía mucho sentido esa hora que Viviane había señalado, mientras que Giovanni abriendo sus ojos en grande pareció comprenderlo todo.

—¿Se hace tarde para qué? —pregunté.

Giovanni y Viviane se miraron entre sí.

—Bueno, mi niña, ya va siendo hora de que vayan a comprar cosas para la nena, solo queda un mes para que la tengan en brazos y no están preparados aún.

—Te llevaré para que compremos todo lo necesario para la habitación de la bebé.

—Sería maravilloso, gracias. —Mi sonrisa creció al imaginarme en aquella tienda.

—Y como te digo —dijo esta vez para Gio, viéndolo con reproche—, tienen que irse ya.

Uní el entrecejo, pero me mantuve callada. Viviane se veía alterada esa mañana, por lo que preferí comer velozmente tal y como ella nos exigía a Gio y a mí. Terminamos el desayuno en cuestión de minutos, ni siquiera habíamos dejado los cubiertos reposar en los platos cuando Viviane empezó a empujarnos hacia la salida.

La bella prácticamente azotó la puerta, yo me giré a verla mientras caminaba hacia el auto, Giovanni subió a la parte del conductor como si lo que acababa de suceder no hubiera sido lo más extraño que había visto. Tan pronto me abroché el cinturón y la puerta estuvo cerrada, Gio pisó el acelerador tomándome desprevenida.

—Oye, no hay prisa. —Él me dirigió una sonrisa de boca cerrada mientras se disculpaba por el descuidado arranque—. ¿Tienes algo que decirme? Están actuando algo raro.

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora