Capítulo veintitrés

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Dicha

La mañana siguiente fue una oleada de calor en comparación a los días anteriores, donde los protagonistas eran las ventiscas invernales. No había lugar a dudas de que la navidad se acercaba a pasos agigantados y con ella, los regalos, villancicos y el pavo tampoco se harían esperar demasiado.

Las cobijas estaban adheridas a mi piel provocándome una burbuja protectora, y pronto, me di cuenta de que las telas no eran lo único que me arropaba. Los brazos de Gio me tenían apretada contra su pecho y su piel se sentía arder contra la mía.

Me quedé de ojos cerrados disfrutando de la sensación. Giovanni separó una mano de mi cuerpo y solté un gruñido sin intención, escuché su corta risa antes de que me despelucara el cabello juguetonamente.

Abrí los ojos con lentitud, nerviosa ahora que sabía que estaba despierto. Y también, quizá, observándome desde hace quién sabe cuánto tiempo. Lo miré con la mirada entrecerrada, él me veía con atención y había un brillo en su rostro que lo hacía lucir como una gran paleta acaramelada.

—Creí que dormirías para siempre —dijo con una voz gruesa que me hizo vibrar.

—¿Y ese milagro que sigues dentro de la cama? —susurré rascándome un ojo con el puño.

—Recordé que una señorita me dijo lo mucho que le gustaría que yo despertara a su lado.

—Esa señorita debe ser muy especial para lograr cambiar tu forma de actuar —Me alegró tanto escuchar aquello que mi sonrisa bien hubiera podido salirse de mi cara.

—No te haces una idea de lo especial que es. Tanto así que me he propuesto escucharla un poco más para aprender a comportarme como un buen hombre para ella.

Mis labios se abrieron con incredulidad, pestañeé un par de veces sin encontrar en mi cabeza algo que pudiera decir sin que me hiciera lucir como una jovencita que experimenta por primera vez el amor. Giovanni empezó a tensarse al no recibir respuesta, miró hacia la dirección opuesta dejándome ver que su mandíbula estaba bastante apretada. Tomé su mejilla redireccionando su rostro hacia el mío y le di un beso en la comisura de los labios.

—Eres el hombre más dulce del planeta —Aguanté las ganas que tenía de besarlo, y solo me dejé caer nuevamente en la cama—, a mí me pareces perfecto tal cual eres. Me enamoré de ti así, despotricando contra el mundo a cada segundo.

Su risa fue gruesa mientras su pecho se inflaba— Hablo en serio, soy consciente de que no soy muy bueno relacionándome con las demás personas, al menos no de una manera cordial. Tú no lo sabes ahora, pero a veces puedo llegar a ser tan bruto, y lo que menos quiero es causarte más daño.

—Está bien, vamos a hacer que funcione.

Me recosté en su brazo con los ojos cerrados, nada más disfrutando de su delicioso aroma y de lo pegajosos que estaban nuestros cuerpos. De estar tanto tiempo en esa posición, bien hubiera podido quedarme dormida, pero no quería darme el lujo de perderme de cada sentimiento nuevo que estaba experimentando.

Algo así como diez minutos después, me obligué a enderezarme para ir en dirección al baño de su habitación y tomar una ducha que me quitara esos olores pecaminosos de encima. Me fijé en la crema de afeitar sobre el lavabo, y admito que me imposible no imaginarlo con una cuchilla frente al espejo delineando su rostro hasta dejarlo suave y menos rasposo. Me bañé en un santiamén, el agua salió tan caliente que bien hubiera servido para pelar un pollo, luego pasé pasta dental por los dientes e hice gárgaras con algo de agua. Al salir envuelta tan solo en una toalla, con vapor saliendo de mi cuerpo y gotas de mi cabello, encontré a Giovanni acostado con sus manos apoyadas en la parte trasera de su cabeza. Me miró de arriba a abajo por varios segundos y, podría jurar que vi la cobija elevarse un poco.

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora