Ira
—Jane.
La voz sonó lejana, suave como una caricia a quemarropa, mi nombre salió de esa boca con un soplido que me erizó la piel y, cuando mi conciencia volvió a mí y me atreví a abrir los ojos, tuve que forzarme a cerrarlos de nuevo. Había tanta luz en la habitación que dolía a la vista.
—Es hora de despertar —dijo Giovanni. Su mano acariciaba el nido de pájaros que era en ese momento mi cabello.
Esta vez, abrí solo un ojo para espiar mi entorno. El brillo provenía de las ventanas que estaban abiertas de par en par; hacía sol, sin embargo, una helada brisa entraba con propiedad y movía las cortinas levemente. Mi cerebro se tomó unos cuantos segundos para recordar en qué lugar me encontraba y en cuanto lo supe, incontrolablemente un remolino se desató en mi estómago.
Giovanni estaba recostado sobre la cama y me observaba con atención, tenía una taza con chocolate en una mano y el olor a cacao nos arropaba a ambos en una nube de vapor. Me sonrió de medio lado, tenía los ojos algo hinchados por la extensa sesión de sueño y sus labios se veían regordetes. Yo también sonreí mientras me estiraba por la amplia extensión del colchón.
—Hola —hablé con voz perezosa.
—Hola.
Me ofreció la taza y me acomodé en la cama hasta poder tomarla con ambas manos, le di un sorbo, el dulce sabor hizo enloquecer a mis papilas y arrugué el rostro disfrutando del líquido.
—¿Llevas mucho tiempo despierto?
—No en realidad, me levanté hace unos pocos minutos.
—¿Qué hora es?
Giovanni se retorció para mirar a sus espaldas, vio al reloj despertador y compartió conmigo la respuesta en cuanto la obtuvo.
—Falta un cuarto para las diez —sopló para mover los mechones de cabello que le caían por la cara y me animó a salir de la cama con un gesto con la cabeza—. Nos están esperando.
Dije que sí con la garganta mientras acababa de un trago todo el líquido que quedaba en el recipiente. Necesitaba una buena recarga de energía si planeaba plantarle cara a lo que allá abajo me esperaba. Giovanni propuso que tomáramos un baño antes de bajar para así estar decentes frente a sus padres y yo estuve de acuerdo.
Llenamos la bañera con agua caliente pero, cuando Giovanni se despojó de sus ropas y me ayudó a hacer lo mismo con la mía, la temperatura subió por sí misma. Entró en el agua y se sumergió hasta que solo quedaba por fuera su cabeza. Me quedé observando cómo su respiración creaba diminutas olas, abrió sus labios para suspirar y luego me miró sin expresión alguna mientras subía una ceja. Sin duda alguna, quería que me metiera ahí con él y yo... No sabía quién lo deseaba más.
La bañera estaba tan apretada que me costó posicionarme sobre sus piernas, el agua a penas alcanzaba a cubrirme hasta poco abajo de los senos por lo que sabía lo expuesta que estaba frente a sus ojos, sentía el rubor subiéndome desde el cuello y canteé la cabeza para esconderme de su mirada. Escasos segundos pasaron antes de que un chorro de agua cayera sobre mi hombro derecho, volteé a mirarlo, él, sin hacer caso a mis ojos curiosos, llenó su palma con más agua y la vertió sobre mi hombro izquierdo. Me miró directamente cuando pasó su mano mojada por toda la extensión de mi espalda, deseaba cerrar los ojos para percibir solamente su deliciosa caricia, no obstante, me negaba a cortar esa intensa conexión que había, ni pestañear quería.
Yo, siguiendo su juego, llevé agua a su cabello, jugué con sus rizos húmedos y limpié las gotas que llegaron a bajar por su rostro. Delineé sus cejas con mis pulgares corrigiendo su forma, me encantaba cada parte de su rostro, ese lunar junto a su ceja derecha, sus largas pestañas que parecían cachetear el viento cada vez que pestañeaba, su barba que cada vez crecía más, jugué también con ella, subiendo y bajando mis dedos sobre su vello. Acariciarlo se había convertido en mi actividad favorita, toda yo moría por quedarme de esa manera junto a Giovanni, el tiempo parecía detenerse cuando estábamos juntos y no había penas que me pesaran. Él significaba para mí un nuevo comienzo, mi renacer.
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En temporada de lluvia
RomanceLa vida suele dar muchas vueltas, eso Jane Parton lo tenía más que claro. Había llevado una relación de prácticamente toda la vida y no sabría decir cuál fue el momento exacto en que todo pareció tornarse tan sombrio. De los senderos luminosos por l...