Capítulo treinta y tres

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Una lágrima, un beso y una despedida

El frío del hospital me sabía a mal augurio, mis manos estaban rojas, me daba miedo lavarlas, y había un goteo en algún lado que me estaba empezando a cabrear. Hacía mucho que no lograba detener el llanto y mis párpados palpitaban, había intentado obtener información de las enfermeras que pasaban presurosamente por el pasillo, pero cada una de ellas me respondía con las mismas tres palabras "ahora no, señorita", tan solo una se había detenido a analizarme y con gesto cordial me avisó que a final del pasillo había un baño en donde podía enjuagar mis manos. Y entonces, sabiéndome inútil y desesperada, volvía llorar bañando de tristeza mis palmas y apreciando cómo las antes transparentes gotas adquirían ese color que tanto me alertaba.

La fúnebre luz del techo parpadeó en el momento exacto en que algo dentro de mí se activó -o desactivó-, y me encontré restregando mis manos intensamente sobre el vestido, acompañando la mancha rojiza del embriagante vino con el recuerdo vivo del atentado que a ambos concierne. Cerré los ojos y vi a Oscar, sangrante, yaciendo en el suelo con un orificio en su sien, sin vida en su mirar, vi la última respiración que salió de sus labios. También oí los gritos de los policías y la puerta del auto cerrándose cuando metieron a la fuerza la cabeza de Sebastian. Sentí los copos acumularse en mi piel, pero ya no hacía ese frío desesperante. Observé a Giovanni... En la camilla de la ambulancia, cerrando sus ojos, yéndose, exhausto de tanto luchar, abriendo sus labios como si quisiera decir algo pero sin lograr su cometido, vi mis manos manchando las suyas, agarrándolo tan fuerte por miedo a que se me escapara en un descuido.

Todo pasó frente a mis ojos, quería olvidarlo, volver el tiempo atrás, horas, meses, años quizá. En uno de los quirófanos estaba Giovanni debatiéndose entre la vida o la muerte, y yo ya ni recordaba cómo unir las palabra para rezar el Padre Nuestro.

El reloj marcó las doce y la gente eufórica empezó a abrazarse, yo los miraba a través de las lágrimas, ridículamente felices, inconscientes. La escena parecía una película de antaño a blanco y negro, me daba ganas de gritar, de maldecir, de romperlo todo, pero solo fui capaz de mantenerme sentada en ese asiento de plástico que me tenía vuelto cuadritos el trasero. Me crucé de brazos y marqué el tiempo zapateando.

Pensé en cómo bailábamos sonrientes, mirándonos a los ojos inescrupulosamente, levantando envidias y rumores, besándonos lento, tan lento que enloquecía.

Debí haberle dicho que lo amaba en el momento en que lo supe.

La puerta de entrada se estrelló contra la pared estrepitosamente, varios de los presentes, por no decir que todos, giramos asustados para ver de qué se trataba. Algo indescriptible me arrasó cuando vi el rostro enrojecido de Claris Rowling y su maquillaje derretido, ella iba de la mano de su esposo, quien parecía menos alterado pero llevaba encima también una espesa capa de tristeza. No muchos metros detrás, venía Viviane con su cabello desordenado y sosteniendo con una mano las puntas de su vestido para no tropezarse al caminar, miraba a todos lados buscando a algo o alguien y su rostro estaba completamente contraído.

El dedo de la madre de Gio me apuntó y vi todo como en cámara lenta. Ella corría violentamente hacia a mí, Martin la seguía, Viviane lo hacía igual, alguien tuvo que hacerse a un lado para no chocar con el trío, Claris casi me atrapa pero su esposo la tomó de la cintura alejándola de mí y la bella se llevó una mano al pecho mientras negaba con la cabeza.

—¡Todo esto es tu culpa! —exclamó a grito herido la señora—. Desde que llegaste a nuestra vida no has traído más que desgracia. Ese psicópata le disparó por ti, si mi hijo se muere va a ser gracias a ti, nunca olvides eso.

Un nudo se posicionó en mi garganta, mi nariz hormigueó de nuevo y tuve que cerré mis ojos exhausta, quería apagar sus gritos aunque sabía que no había poder en este mundo que fuera capaz de tal hazaña.

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora