Capítulo doce

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Esmalte rojizo

Giovanni Rowling

—¿No te había dicho ya que no quería verte?

Sebastian entró dubitativamente al comedor y estampó descaradamente su trasero en el asiento junto a mí. Su traje arrugado me rayaba la vista y ese pelo desarreglado no me permitía tomarlo en serio cuando hablaba. Me era más que imposible, lo juro. El joven empezó a preguntar cómo me había ido en el día, como si ya yo no supiera que a él le importaba una mierda.

Ese muchacho en serio quería que en su hoja de vida estuviera que me representó, porque no importaba que lo saludara con insultos o lo mirara con fastidio veinticuatro siete, él pendejo siempre volvía. Era más molesto que un grano en el culo.

No lograba recordar en qué momento de mi patética vida había decidido que sería correcto contratarlo, tampoco entendía por qué no lo había despedido aún.

—He encontrado una editorial que está dispuesta a publicar tu libro.

Okay, tal vez estaba hablando antes de tiempo.

—¿Tengo que cambiar una sola palabra del libro? —pregunté llevándome la taza de café amargo a la boca, y preparándome para escupírselo si decía que sí.

—Ni una sola letra —dijo con una sonrisa de autosuficiencia que me molestaba bastante.

Lo miré con desconfianza y decepcionado tragué.

—¿Hay riesgos de que me estafen?

—En lo absoluto, ya los he investigado minuciosamente.

—¿Cuándo puedo tener una reunión personal con el dueño?

—Si quieres puede ser ahora mismo —farfulló, animándome a ponerme de pie.

—Sebastian —susurré—, por el amor de Dios, ¿a qué editorial contactaste?

Lo desafíe con la mirada pero fue sin éxito. No logré sacarle ningún temblorcito ni obtuve una mala mirada. Él lucía seguro y esa sonrisita del rostro era inamovible.

—Ya lo verás, hombre, confía en mí.

Me rasqué el puente de la nariz y desvié el rostro con tal de no ver la expresión victoriosa del rostro de mi representante. Tenía unas ganas mortales de decirle que se veía como un imbécil pero no era correcto insultarlo cuando acababa de hacer algo bueno... ¿O si?

Entonces, cuando mi parte malévola estaba por ganarle la batalla a mi lado razonable, con la boca a medio abrir, fui interrumpido por dos delicados toques en la puerta. Volteé velozmente rezando al cielo que no fuera quien yo pensaba que era. Padre nuestro, santificado sea tu reino, o como fuera.

—Señor Rowling —Se escuchó despacito del otro lado—, traigo el desayuno.

Miré a Sebastian de soslayo, quien tenía el entrecejo casi unido de la extrañeza.

—¿Quién es ella? —cuestionó.

—Nadie, maldita sea.

—¿Señor? —repitió Jane tocando ahora más fuerte la puerta.

—Pasa, pasa.

Parton entró con una bandeja llena de comida, cuando cayó en cuenta de la presencia del muchacho agachó la cabeza como si quisiera fundirse en la piña del recipiente. Puso el vaso de jugo, los cubiertos y finalmente los platos. Sus ojos grises en ningún momento conectaron con los míos, pero noté cuando ojeó por un escaso segundo a Sebastian antes de pedir permiso para marcharse.

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora