Capítulo cuarenta y dos

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Rosas rojas

Giovanni Rowling 

Lara Harris y su hermano habían ido y venido tantas veces en esos pocos meses que cuando se fueron otra vez, ni me inmuté. Sin embargo, por más que el cuento ya se había vuelto algo repetitivo, antes de que ambos mencionados subieran a su auto, Jane Parton no se despegaba de la rubia, y esta última tampoco de ella.

Por otra parte, la pequeña Adeline, aunque parecía un ángel caído del cielo la mayoría del día, durante la noche no permitía que nadie cerrara un ojo. Jamás creí querer tanto a alguien como para cambiarle los pañales, pero ahí me encontraba yo, aguantando la respiración por largos periodos de tiempo, aplicando cremitas y limpiando sustancias tan verdes como un árbol. Jane se reía de mis expresiones, sin embargo, cuando le tiraba el pañal se le acababa la risa y salía corriendo.

Una tarde, mientras Jane amamantaba a la bebé, me sentí extrañamente enojado con su papá por no responder a ninguno de sus mensajes. Ese hombre no sabía de lo que se estaba perdiendo, tenía una nieta y ni lo sabía por mantener su orgullo en alto. Sin avisarle a la mujer que tenía enfrente, saqué el celular y mandé el que sería el último mensaje de mi parte. Él podía no responder, ya me importaba un carajo, pero al menos si lo leía, podía darse cuenta de la equivocación que estaba cometiendo.

11 JUL. A LAS 2:07 P.M.

¿Qué clase de padre recibe un mensaje de alguien que sabe del paradero de su hija y lo ignora rotundamente?

Dejé el celular a un lado en lo que me proponía olvidar de una vez por todas ese cuento, el tipo era un desgraciado, y si no quería saber de su hija, yo no podía hacer mucho más que estar para Jane cuando ella creyera no tener a nadie.

Poco tiempo pasó para cuando oí el sonido de una notificación, desbloqueé el celular sin interés, pero sentí frío al ver la burbuja de chat con la foto del hombre que menos esperaba.

11 JUL. A LAS 2:13 P.M.

Me tienes hasta las narices con tus puñeteras bromitas. Pendejazo.

Phillip Parton acababa de responder un mensaje después de un mes de intentar en vano, levanté la cabeza para ver a Jane, ella sostenía a Adeline contra su pecho y ni por equivocación miraba en mi dirección.

Me planteé contarle que había una respuesta, pero recordando aquel día en que se desplomó en llanto por el rechazo de su padre, preferí no alterarla sin siquiera saber si ese hombre estaba interesado en saber de ella realmente.

No se trata de ninguna broma, señor. Le digo que estoy con su hija.

Tuvieron que pasar varios minutos para recibir una nueva respuesta.

Maldición, qué pesado.

Esta vez empecé a cabrearme. No sabía cómo hacerle ver que lo que le decía era cierto.

—Por fin se durmió —murmuró Jane caminando en puntitas hasta mí, bloqueé el celular rápidamente y levanté la cabeza para encontrarme con una expresión interrogativa en su cara. Se sentó sobre mi regazo enlazando sus brazos en mi cuello—. ¿Qué esconde, señor Rowling?

—No escondo nada, señorita Parton —dije, ahora encantado por el escaso espacio entre sus labios y los míos. Mismo espacio que me vi obligado a cortar en un beso, cuando el sonido de una nueva notificación hizo que Jane echara la mirada hacia el celular.

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora