Capítulo tres

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Él

Él, él, él, él, él, él, él. ¿Quién es él?

En la última semana si comía debía hacerlo lentamente pues la bella temía que el roce de mis dientes superiores e inferiores pudiera ser percibido por él. Si ponía un párpado encima del otro para dormir tenía que procurar ponerle cinta a mi boca en tal caso de que mi subconsciente me traicionara y dijera siquiera una sílaba durante mi sueño. La cuestión llegó a tales exageraciones que ya la pobre Viviane ni hablaba conmigo inclusive cuando el joven no se hallaba en casa, y no me llevó consigo a la plaza del pueblo para hacer las compras quincenales cuando en un principio me había pedido que la acompañara.

Ya no podía seguir viviendo así, sentía que molestaba en ese lugar, que mi presencia sobraba, que le estorbaba a la generosa mujer que arriesgando su propio trabajo tomó la decisión de darme una mano.

En cuanto a él, si podía atemorizar y acallar las protestas de Viviane entonces podría asegurar sin miedo a equivocarme que... era temerario. Sólo estaba fuera de casa por un par de horas, pero en sí su presencia el resto del tiempo pasaba completamente desapercibida. Si quisiera salir a estirar mis piernas los diez minutos que teníamos establecidos (que, por cierto, ya ni me apetecía hacer) lo haría con el riesgo de ser descubierta, pues el joven era tan taciturno que incluso podría ser mi mismísima sombra y yo no estaría ni por enterada.

Y me preguntaba: ¿Quién es él? ¿Por qué tiene tanto poder? ¿Por qué es tan cuidadoso con todos sus pasos?

Lo había oído hablar un par de veces por celular. Empezaba y terminaba de la misma manera en cada vez. Comenzaba con un "suéltalo" a secas, y finalizaba con él enfurecido quebrando alguna pieza de su inmensa bajilla. A él parecía no importarle destruir todo lo que había conseguido, no obstante, no lo culpo. Tenía tanto dinero que, si quisiera romper hasta el indigno piso que sostenía sus pies y reconstruirlo todo de nuevo, podría hacerlo perfectamente. Y entonces también me pregunté: ¿Qué hace para pagar todo esto? ¿Cómo gana tanto dinero?

Estando acostada boca arriba en una de las tantas camas que poseía la residencia, observando lo grande que era esa habitación y pensando en cualquier cosa que entretuviera mi mente para no cavilar en lo que había dejado atrás, me propuse guardar las ropas de las que atentamente la bella se había despojado con el pretexto de que ya no le servían. No eran muchas, pero eran las suficientes.

Lo guardé todo: el cuaderno que también Viviane me obsequió y varias hojas en las que escribí poemas cuando no lo tenía todavía. Sólo una cosa sabía y esta era que debía romper varias reglas al salir de la habitación para encontrar a la mujer pues sabía que ella no correría el riesgo de buscarme. Lo mínimo que podía hacer después de tanta nobleza era agradecer cara a cara porque las cartas no expresan suficientemente lo que los gestos sí.

Exactamente a las ocho de la mañana cuando estaba segura de que el joven no se encontraba en casa, y estaba preparada física y mentalmente para partir, salí en busca de ella.

—Te escabulles como un mapache —dije bromeando (aunque era cierto) tras haber recorrido gran parte de la morada y finalmente encontrarla en medio de la cocina picando pimientos, tomates y una cebolla en juliana los cuales parecían ir próximamente a una ensalada. La bella pegó un salto tan repentino que me hizo temer que el cuchillo atravesara su piel a causa del descuido.

—¿Qué haces aquí? —Recriminó al aterrizar—. ¿No te das cuenta de que podría encontrarnos? Ve a la habitación ahora.

—Viviane, perdone el susto, vine hasta aquí porque debo hablar con usted. Creo que ya ha sido mucho el tiempo que me ha estado evitando y d...

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora