Capítulo dieciocho

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Dios bendito

Deberían ser alrededor de las siete de la noche y ya me dolía el trasero de estar tanto tiempo sentada. Giovanni había contratado a una joven albina llamada Cristal. Su mirada era oscura, mas el resto de su cuerpo, sus pestañas y cada pelo de su cabeza, era bastante blanquecino. Era una mujer demasiado sonriente, se notaba que había dejado a un lado los complejos que su piel podría haberle representado en algún momento. Me miraba a los ojos y sonreía, como si me conociera de siempre.

—El señor Rowling me platicó de su situación —confesó, mientras buscaba en su bolso la base que mejor quedaría con el tono de mi piel. La observé entre confundida y preocupada. Ella al darse cuenta de mi expresión, me mostró las perlas de su sonrisa y negó con la cabeza—. Puedes estar tranquila conmigo, soy una tumba. Justo ahora solo me preocupa qué haremos para disfrazar esta bella carita.

Me guiñó un ojo y se encimó sobre mí. Respiré incómoda por tenerla tan cerca.

—Vale, este te quedará perfecto —refirió, regresando a por su bolso.

Cristal se movía con delicadeza en la habitación, casi parecía que levitaba. Sacaba brochas y más brochas de su bolso como si este no tuviera fin. Tenía tanto maquillaje que no podía entender cómo había cargado con todo eso para llegar hasta nosotros.

Giovanni de vez en cuando espiaba el proceso y, sin una pizca de paciencia, miraba el reloj. Cristal, notando su desesperación, se enfurecía de inmediato, « ¿También te apuras cuando escribes esas obras tuyas? El arte necesita su tiempo», le decía cada vez y al pobre solo le quedaba masticar y tragar.

La bella albina, con sus pecas formando constelaciones, me hacía reír con sus muecas y volaba con sus dedos. Tomó un hilo, lo enredó en sus manos y me miró con pesar. Fue un dolor soportable pero agonizante y al final, tenía unas cejas más "estilísticas" a su parecer. Me mostró un montón de pestañas –que para mí lucían iguales– y seleccionó las que quedarían mejor con la ocasión.

No entendía mucho de lo que me decía. Parecía que estuviera hablándome en otra lengua, así que decidí responder sí a todo lo que dijera. Y pareció funcionar para ambas.

Para ser sincera, me gustaba de sobremanera la vestimenta que Cristal había escogido. Era bastante sencilla, a decir verdad: un pantalón suelto de color tierra, una camisa negra corta y un gabán café claro que me llegaba hasta las pantorrillas. Para terminar, me entregó un par de tacones de aguja negros como si se tratara de las zapatillas de la cenicienta.

Y, por lo menos una hora después, al mirarme al espejo, yo misma tuve que verificar que fuera yo la que se movía en el reflejo.

—¡Ya puedes dejar de chillar, Giovanni! Ya terminamos aquí —exclamó Cristal, tras darme un largo abrazo y desearme buena suerte.

A lo lejos, se escucharon los pasos del señor Rowling viniendo con prisa descontrolada hacia nosotras— Joder, cuando lleguemos allá el espectáculo ya habrá...

Noté cómo su rostro se descompuso al verme y agaché la mirada instintivamente.

—¿Qué tal está? —preguntó Cristal, vanagloriándose desde antes.

—Rubia —musitó él parpadeando un par de veces.

Me pasé la mano por la peluca, Cristal había aplicado bastante pegante y le había pasado la secadora como media hora, pero igualmente tenía demasiado miedo de que fuera a caerse.

—Sí, sí —respondió la albina y con su mano lo incitó a seguir— ¿Qué más?

—Está... —Giovanni se pasó el dedo pulgar por los labios— preciosa.

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora