Capítulo veinticuatro

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¡Vivan las vísperas!

Giovanni Rowling

Jane no podía quedarse quieta en esa silla. Movía su trasero, jugaba con sus pies volando en el aire y al mismo tiempo, sus dedos se movían sobre su pierna haciéndolos lucir como una araña caminando. Me daba escalofríos. Exactamente cada diez segundos miraba al reloj de la pared, y parecía que intentara acelerar el tiempo con algún poder mental.

Quise, como el pendejo que era, sacarla de sus cavilaciones un par de veces, sin embargo ella no escuchaba nada de lo que le decía. Me respondía con algo completamente distinto a lo que le preguntaba o se quedaba callada por varios minutos y ante mi insistencia, me respondía con un "disculpa, ¿me decías algo?". Era caso perdido, estaba vagando en su interior y definitivamente se negaba a tener contacto con el mundo real.

Pese a que me sacaba un poco de quicio, le entendía completamente. Era la primera vez que se adentraba en los lares de la maternidad, y al petardo que engendró ese niño le faltaba un tornillo en la cabeza, sino es que varios... O la puta caja entera. 

Comprendía que tuviera miedo de ser descubierta, comprendía que temblara en mis brazos al llegar la noche y que no alcanzara el sueño, comprendía que se disculpara tanto por cuestiones de las cuales no tenía la culpa y que agradeciera hasta el buenos días. Jamás la juzgaría, todas esas reacciones nerviosas que constantemente tenía fueron a causa del animal ese, si había alguien que debía ser señalado era él. 

Suspiré antes de encerrar su mano con las mías para apagar ese movimiento. Jane miró nuestras manos unidas y un resplandor se asomó en su mirada. Se recostó en mi hombro cerrando los ojos y nos quedamos en silencio por un largo rato. Tenía unas inmensas ganas de acallar todos sus pensamientos, pero bien sabía que me era imposible.

El lugar estaba vacío y tenía un fuerte olor a alcohol. Empecé a desesperarme, no había nadie en todo el consultorio y aun así, Patrick se estaba demorando demasiado en llamarnos. 

—Ya está todo preparado, amigo —dijo Patrick con una sonrisa cordial. 

Le asentí como agradecimiento y me puse de pie ayudando a Jane a hacer lo mismo. Ella entró casi corriendo a la habitación y se sentó en la primera silla que encontró. Yo entré más detenidamente, ojeando cada uno de los aparatos de los que estaba dotada. Había una gran máquina que parecía una computadora, una camilla con apenas una delgada almohada que debía hacer el mismo efecto en tu cuello que tener nada, una báscula y sobre el escritorio del doctor reposaba su ordenador. 

Me senté en el asiento junto a Jane y observé a Patrick hacer lo suyo. El tipo tecleaba quién sabe qué cosas sin reparar en nosotros, una que otra vez hacía una pregunta con respecto a la identidad de la mujer (su nombre completo, edad, si era alérgica a algún medicamento) y ella respondía rápido como si quisiera acabar con el interrogatorio lo antes posible. El doctor se reía de verla tan ansiosa, por lo que amablemente recortó su palabrerío para mejor empezar a examinarla con sus aparatos. 

—Debo asegurarme de que este expediente no llegue a manos de mi secretaria —comentó, aunque parecía que estuviera hablando para sí mismo. Se quedó un minuto en silencio, hasta que el vacío fue interrumpido por el ruido de una impresora sacando un papel.

—Te lo agradezco mucho —referí.

—No hay de qué —Tomó la hoja y la metió en su bolso. Luego finalmente levantó la cara hacia nosotros con una expresión serena, se giró hacia la castaña y la animó a ponerse de pie—. ¿Estás lista para ver a tu pequeño?

En temporada de lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora