CAPITULO 10

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Dicen que el tiempo cura las heridas. Después de seis meses, Emily creía firmemente haber probado que esa teoría sólo era una forma de autoengaño. De hecho, el tiempo no había curado sus heridas. Sólo había aprendido a ignorarlas.

Tal vez ella era sólo la excepción a esa supuesta gran verdad, pero de un modo o de otro, eso era lo único que había conseguido durante su largo auto destierro.

Inmunizarse contra el dolor. Perfeccionar su capacidad para compartimentar y observarlo desde fuera como si todo aquello realmente no le hubiera ocurrido a ella. Así era más fácil. Aislar los sentimientos de la razón. De nuevo era capaz de hacerlo.

Sólo así podía soportar levantarse cada día. Disociación habría sido el término profesional para definirlo.

La vieja cabaña de su abuelo perdida entre las montañas francesas, había ayudado. Alejada de todos y de todo, las primeras semanas las había dedicado a repararla lo suficiente como para hacerla habitable. Había contratado al único carpintero del pueblo, que debido a la necesidad, hacía también de albañil, pintor y lo que hiciera falta. Dado que la lejanía de la cabaña impedía que llegara el suministro eléctrico, había optado por colocar paneles solares. Y mientras Adrien, que así se llamaba su salvador, terminaba de arreglar las goteras, y de restaurar los suelos, Emily se dedicó en cuerpo y alma a recuperar el viejo huerto de su abuelo.

No sabía cuánto tiempo estaría allí, pero estaba bastante segura de que el suficiente como para ver germinar las zanahorias y los rábanos.

No fue hasta la primavera, que su propio corazón se sintió lo suficientemente fuerte como para volver la vista atrás.

Cierto era que no había estado del todo desconectada. Le enviaba un mensaje a Rossi semanalmente, sólo para tranquilizarlo a él y al equipo. A medida que el tiempo pasaba, esos mensajes breves a través del teléfono móvil, se fueron espaciando, hasta que dejaron de tener sentido en sí mismos.

Sin embargo, por algún motivo, aquel día, mientras contemplaba los rosales que ella misma había plantado meses atrás, se preguntó si ya había llegado el momento de volver.

En realidad, aquel día no había sido diferentes a cualquiera de los otros que había pasado en la vieja cabaña. Emily no podía explicar por qué, precisamente aquel día que era igual que el resto, la idea de regresar a su antiguo mundo ya no parecía tan aterradora. Daba miedo, sí, pero no se sentía paralizada.

El vuelo de regreso transcurrió como si paseara por un sueño. No había avisado a nadie, ni siquiera a Rossi, y haciendo un cálculo mental hacía alrededor de dos meses de su último mensaje.

A medida que se acercaba al edificio de la UAC, todo comenzó a resultar más familiar. Sus piernas temblaron en el último momento antes de cruzar las puertas de cristal.

El equipo, ajeno a su decisión repentina de regresar, estaba reunido en la sala de conferencias. Emily podía imaginar lo difícil que debía haber sido para ellos comprender y adaptarse a su ausencia. No podía negar que se sentía culpable, especialmente en lo que respecto a Morgan se refería. Había considerado avisarle a él primero, hablar con él primero, pero por alguna razón, no se sentía capaz de hacerlo.

En el fondo de su alma sabía que era más sencillo para ella enfrentarse a un grupo de perfiladores que enfrentarse a Morgan a solas.

Por primera vez se planteó si todo aquello no había sido más que un error. Tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para no dar media vuelta y huir de allí como una cobarde.

Tal vez lo hubiera hecho si la puerta no se hubiera abierto repentinamente.

La expresión atónita de García, seguida de un pequeño lagrimeo y un enorme abrazo impidió cualquier intento de fuga.

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