•Capítulo XIV. La cura de todo•

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El sitio en donde Amanda había estacionado el auto era una calle larga llena de filas de casas y casas con apariencias similares entre sí. Era un vecindario un poco diferente a los que Vladímir se había acostumbrado a ver en New York.

—¿Qué hay exactamente aquí? —preguntó él, asomándose por la ventanilla del auto.

—Un par de personas que pueden ayudarnos —respondió Amanda.

—¿Son confiables?

—Por supuesto que lo son. ¿Crees que te llevaría con gente en la que no confiara?

—Bueno, dejaste que Tracey, Oliver y Gilbert se quedaran, así que no estoy seguro de cómo piensas.

Amanda soltó un suspiro ligeramente exasperado.

—Hago lo que creo que es conveniente. Menos charla y más acción, por favor, todos fuera del auto.

Vladímir salió junto a Paige y Hayden. Ellas echaron una rápida mirada a la calle donde se encontraban y luego ambas intercambiaron una veloz mirada entre ellas. Aaron también salió y a su lado lo hizo Amanda. Ella crujió sus nudillos y alisó sus ropas.

—No hablen a menos que yo se los diga —dijo Amanda, dirigiéndose a los niños—, las reglas que les puse cuanso fuimos con Shelley son las mismas que aquí.

—¿Y hay una razón específica por la que hayamos venido nosotros? —inquirió Hayden, enarcando una ceja.

Amanda se encogió de hombros.

—No, no realmente. Es solo que pensé que sería bueno que estuvieran aquí, y como su tía no parece percatarse de su ausencia me pareció una feliz coincidencia. Además, la persona que visitamos seguro se ablanda más si ve a tantos niños.

Sin agregar ninguna otra cosa, Amanda dio media vuelta y se encaminó al otro lado de la calle. Sin más remedio, los niños le siguieron.

Amanda se detuvo frente a la puerta de una alta casa con una fachada que brillaba en un color dorado. Su jardín era pequeño y bien cuidado y las ventanas eran cubiertas por unas cortinas púrpuras que impedían ver su interior. Amanda pareció dudar, sin embargo, no fue por mucho tiempo y pronto se decidió a levantar su mano y presionar su dedo índice contra el timbre.

Ding, dong, la casa produjo inevitablemente.

Vladímir entrelazó sus propias manos y se preguntó qué podía estar buscando Amanda en un sitio como ese, aunque supuso que no tenía caso hacer conjeturas, pues era claro que pronto lo descubriría.

La puerta de la casa se abrió y por ella salió una persona bajita que medía más o menos lo mismo que Vladímir. Era un hombre de pelo escaso y castaño, sus ojos eran oscuros y su rostro inexpresivo.

—¿Qué quieren? —soltó el hombre con aire de desagrado.

—Hum, no sé si me recuerdes —contestó Amanda con un deje nervioso que no pasó desapercibido para Vladímir—, pero yo soy Amanda Milss.

El hombre entrecerró los ojos mientras recorría con su mirada de pies a cabeza a Amanda. Arrugó la nariz y luego asintió con la cabeza, lo que hacía una peculiar combinación de gestos.

—Milss... Claro que te recuerdo —afirmó el hombre. Su vista cayó en los niños que yacían junto a Amanda, y añadió—: ¿Y estos quienes son?

—Oh, cierto —dijo Amanda—, niños, él es Roger, era un amigo de mi padre. Roger, ellos son Vladímir, Paige, Aaron y Hayden.

Roger se cruzó de brazos y procedió a analizarlos con sus ojos, su entrecejo incluso pareció arrugarse aún más.

—Ya veo —fue lo único que dijo tras mirarlos. Acto seguido, se volvió hacia Amanda—. ¿Qué te trae por aquí, querida?

El Último Superhéroe © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora