•Capítulo I. Todos van a la escuela•

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Ya habían transcurrido dos años desde que su familia había muerto en ese incendio.

Hoy era ese aniversario.

Vladímir McSald se encontraba en la azotea de un edificio considerablemente alto; piernas cruzadas, mirada fija en el firmamento estrellado y lejano que la noche le ofrecía. El clima era frío, pero poco le importaba; ni siquiera se percataba del vaho que sus labios soltaban y era como si fuese insensible a ello.

—Hey, Vlad —llamó una voz profunda a sus espaldas, y el niño no se molestó en volverse, sabiendo ya de antemano que era Jack quien le había llamado

Jack Wilson era el hombre que le había acogido tras el incendio que se llevó la vida de sus padres y hermana.

—Hay demasiado por explicarte —había dicho esa fatídica noche en que la vida de Vladímir cambió por completo—. En pocas palabras, nadie debe saber que estás vivo. Ahora mismo todos ellos creerán que has muerto en el incendio, y debes mantenerlo así, sino te buscarán... Y si te encuentran, esta vez ninguna casualidad te salvará de ser su objetivo.

"Ellos" eran una asociación secreta que aniquilaba personas que nacían con habilidades o dones fuera de lo natural. Se habían denominado a sí mismos con el nombre de "ARMUP", cuyas siglas significaban "Asociación Reguladora del Mal Uso de Poderes"... En realidad, la meta de la organización no dejaba mucho a la imaginación con ese nombre.

Jack había pertenecido a esa asociación un tiempo, dado que ellos fueron los responsables directos de la muerte de su hermano mayor y provocaron que Jack acabara no solo huérfano, sino que también sin familia alguna. En un intento de mantener a raya los daños colaterales, la misma ARMUP decidió hacerse cargo de su tutela.

Así, él permaneció varios años en aquel lugar —que, según describía, era un sitio oculto a los ojos de la gente y como una especie de plantel científico enorme—, al cual tuvo un acceso muy limitado... Y de ese modo transcurrió una vida monótona y aburrida, hasta que accidentalmente se topó con los expedientes de los niños cuyos genes se veían alterados y, por consecuente, era probable que demostraran ser dotados de poderes excepcionales.

Y entonces, ató cabos y supo que los expedientes servían para conocer a los futuros blancos de la asociación.

Horrorizado con este conocimiento, él huyó de ahí sin mirar atrás y vagó por las calles, tratando de localizar a los niños de los expedientes para salvarlos del mismo destino que había arrasado con su hermano.

Falló con todos y cada uno, habiendo llegado demasiado tarde; con todos excepto Vladímir. Más que fruto de sus esfuerzos, había sido una casualidad el hallarlo lejos de escena del crimen.

Volviendo al presente, Jack tomó asiento a un costado suyo y Vladímir tan solo lo miró de reojo.

—¿Estás bien? —le preguntó el hombre.

—Supongo —fue su vaga respuesta, frunciendo levemente el ceño—, es difícil creer que hayan pasado dos años.

Los primeros días habían sido lo peor, e incluso creyó que era imposible seguir adelante.

No existía ningún manual que ayudara a lidiar con el vacío y el dolor de una pérdida. O bueno, sí existían (o al menos el intento), pero eventualmente se volvían inútiles para quien ha probado de todo para superar la enorme tristeza.

Jack, con el paso de los meses, se convirtió en la figura paterna que había estado ausente en casi toda su vida. No le permitió salir, pues se suponía que estaba muerto. Por ello, se mudaron a un departamento cerca de las afueras de Vermont y ahí comenzaron de cero.

El Último Superhéroe © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora