Maratón

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        Mr. Botas. 

Emilio soltó un suspiro cansado al entrar a su hogar, cerró la puerta tras él con el pie sin dejar de acariciar distraídamente al animal que seguía en sus brazos, caminando con él hasta detenerse a mitad de su sala. Entonces se dio cuenta de ese pequeño detalle. 

— ¿Y yo por qué carajos te traje a casa? — le había dicho ceñudo, levantándolo hasta ponerlo frente a su rostro. 

El pequeño minino maulló tímidamente, como si estuviese respondiéndole, lamiendo rápidamente la punta de su nariz.

Emilio arrugó la nariz frunciendo los labios, negó lentamente e infló sus mejillas. 

— No vas a comprarme con lamiditas — le dijo casi con recelo —. Soy alguien duro ¿sabes? 

El animal volvió a lamer la punta de su nariz y volviendo a fruncir el ceño rodó los ojos. 

— Está bien, puedes quedarte. Pero si te haces popó te lanzaré a la calle. 

El gatito soltó un pequeño maullido agudo al tiempo en que Emilio se agachaba para dejarlo en las losetas blancas. Las cuatros patitas blancas que contrastaban con todo su pelaje gris se posaron con cuidado en el suelo, pareció meditarlo un poco y entonces salió corriendo rápidamente hasta perderse en el pasillo que daba a la cocina.

Emilio formó una mueca con sus labios y volvió a reincorporarse, descolgando la mochila de sus hombros y lanzándose junto a ella sobre el sofá. 

— ¡No puede ser, un gatito! — escuchó el chillido de su madre venir de alguna parte y cerró los ojos fingiendo haberse dormido cuando escuchó los pasos acercarse — ¡Emilio! ¿Por qué trajiste un gato a la casa? 

— No sé. 

Escuchó silencio y entonces abrió los ojos, observando a su madre con el animal en abrazos acariciándole cuidadosamente. El gato se dejaba hacer mimos y casi podía oírle ronronear. 

— ¿Nos lo podemos quedar? — la señora Osorio preguntó con un brillo en sus ojos y con el tono de voz de una niña emocionada. 

Emilio puso los ojos en blanco.

— No sé mamá, tú eres el adulto aquí. 

— Ah sí, sí, sí — rió levemente —. Entonces, ¿cómo le pondremos? 

— No sé. 

— ¡Mail, al menos finge interés! — le miró ceñuda con la mano libre sobre su cadera. 

Emilio rodó los ojos soltando un suspiro y miró al animal que seguía acurrucado en el pecho de su madre.

— Mr. Botas, porque parece que las lleva. 

La señora Osorio miró al animal unos segundos y asintió con una sonrisa satisfecha. 

— ¿Dónde lo encontraste? — preguntó curiosa al tiempo en que se agachaba a dejarlo en el suelo, observándole rodear sus piernas y restregarse contra ella.

— Un mocoso mal educado me lo dio — su madre le miró ceñuda —. No preguntes.  Su madre asintió y se levantó mientras tanto sacudía sus ropas. — Bueno, me iré a trabajar. La comida está en la cocina, saqué a Holly al jardín para que hiciera sus cosas y para Mr. Botas... Creo que hay una lata de atún en la nevera. 

Pareció pensarlo unos segundos y luego asintió casi convencida, tomando la bolsa que descansaba en el sillón frente a él y colgándola en su hombro derecho, se acercó a su hijo y dejó un suave beso en su frente revolviendo un poco sus oscuros cabellos ganándose quejidos de su parte.

Emilio se despidió de su madre y regresó su vista al animal sentado frente a él cuando escuchó la puerta cerrarse. 

Mr. Botas le miraba con la cabeza ligeramente ladeada, moviendo la cola blanca con una pequeña mancha marrón al final casi perezosamente. 

Frunció con una mueca en sus labios.

— ¿Y tú qué me ves?

✩Sweetie✩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora