CAPÍTULO 10: Un maldito terremoto

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Aiden

El grito que estaba esperando nunca llegó. Sin embargo, el rostro de Juls estaba desencajado y se había teñido del más profundo e intenso color rojo. No estaba enojada, estaba furiosa.

― ¡Mira lo que me has hecho hacer! ―me murmuró apretando los dientes y levantando las cejas. Estaba iracunda y yo no podía contener la risa. Me taladró con sus ojos grises, ahora cargados de odio―. ¿En serio vas a reírte en este momento? ¿En serio? ― Miró preocupada para todos lados en busca de Crow y se agachó a intentar juntar los pedazos de vidrio que yacían desparramados por todo el piso.

Me apoyé contra la mesada y la observé divertido mientras ella se embarcaba en la imposible misión de salvar algo de lo que se había caído hacía unos segundos. Desde aquí podía apreciar su trasero y sonreí al recordar cómo se había puesto al sugerir que se había operado. Por supuesto que no lo había hecho, le daban pánico las agujas y solo pensar en estar en un quirófano podría infartarla. Odiaba no tener control sobre su cuerpo y estar anestesiada en una camilla mientras otros la abrían de arriba a abajo no sonaba como su cita ideal. No, su perfecto culo era fruto de su esfuerzo y me consideraba un poco responsable por ello.

Si yo y mi estúpido genio no la hubiéramos apodado "Lena la Ballena" cuando tenía apenas diez años, ella nunca se hubiera visto obligada a mejorar su figura. No voy a decir que debería agradecerme por ello, pero analizando la situación actual...

― ¿No piensas ayudarme? ― Se giró sobre sus talones todavía en cuclillas para mirarme con desdén. Estaba intentando inútilmente juntar los pedazos más grandes de vidrio en una pequeña montaña y casi sentí pena por ella.

Casi.

― A mi no se me ha caído nada. ―Eché la cabeza hacia el costado y aprecié el enorme jardín a través de los amplios ventanales, sin darle importancia a la situación. Aún sin mirarla, podía sentir el humo que estaba largando Juls.

― ¡¿Me estás jodiendo?! ―Se levantó para quedar a mi altura. Bueno, lo intentó. Su metro sesenta y cinco era un chiste al lado de mi casi metro noventa.

― Ya quisieras... ― Amaba provocarla, era mi deporte preferido.

― ¡Eres un pendejo de mierda! ― Música para mis oídos. Juls diciendo malas palabras era simplemente algo hermoso. Lástima que su grito no solo me había entretenido a mí, ahora éramos el foco de todos los presentes―. ¿No quieres ayudarme? Bien, lo haré sola. Ten la decencia de largarte así no tengo que seguir viéndote. ― agregó bajando la voz al darse cuenta de la atención que estábamos recibiendo y se echó al suelo de nuevo.

― ¿Estás segura? Pensé que te gustaba la vista desde abajo...

― ¡Lárgate! ― me gritó con todas sus fuerzas y, sin hacerle caso, me agaché para quedar en cuclillas frente a ella. Como si no la hubiese escuchado, tomé un pedazo de erlenmeyer y lo llevé a su cementerio de vidrio. Me estiré para agarrar un tubo de ensayos partido por la mitad pero no llegué a depositarlo en el montículo ya que me lo arrebató rápidamente, cortándose debido a su propia estupidez―. Mierda. ― dijo para sí al ver la sangre que brotaba de la palma de su mano.

Las gotas color carmín no se quedaban quietas y bañaban los cristales debajo de nosotros. Parecía una maldita escena del crimen y esta vez yo no era el delincuente.

O si.

― ¡Que te largues! ―me soltó cuando intenté sostener su mano para parar la hemorragia. Se incorporó pero apenas intentó dar un paso la sostuve por el brazo. Sabía que era mejor dejarla ir, pero yo estaba muy lejos de hacer las cosas bien.

― No me toques. ―De sus ojos salían llamas pero hoy estaba más que dispuesto a quemarme. Quería su fuego, era aquello que me mantenía vivo. Le sostuve la mirada por lo que pareció el minuto más largo de mi vida hasta que rompió el silencio ―. No sé por qué pensé que esta vez iba a ser diferente... ― Su voz parecía solo audible para mis oídos ―. Eres un maldito terremoto. Siempre que apareces alguien sale lastimado.

No le creía ni un poco su papel de víctima, solo lo estaba diciendo para enojarme. Y jodidamente lo había logrado.

― Es mejor que te calles, Helena. ―apreté mi agarre y mis dientes. Más le valía no abrir la boca. 

No aquí, no nunca.

― ¿O qué? ―Me desafió y acercó su rostro al mío. Había aprendido bien, ahora era yo el que ardía por dentro ―. ¿Me vas a abandonar como la última vez?

Hija de puta.

― ¡Cierra la boca! ― rugí, elevando mi voz por primera vez en el día y logrando que los demás nos dedicasen una mirada de preocupación. 

Que se jodan, que se jodan todos. 

Estaba tocando mi fibra más sensible y lo sabía, Helena lo sabía.

― Vete, Aiden. Desaparece. Los dos sabemos que es lo que mejor sabes hacer. ― me escupió y la apreté contra mi cuerpo, atravesándola con las dagas que salían de mis pupilas. Estaba furioso y ni su delicioso culo iba a salvarla de esta.

― ¿Qué está pasando aquí? ― interrumpió el flacucho que decía ser nuestro profesor, entrando nuevamente al aula con un timing perfecto. Salvada por la campana, Juls. ―¡¿Qué es todo este desastre?!

Todavía me seguía preguntando si hablaba de los vidrios rotos o de nosotros dos.

Lo que hubiésemos sidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora