CAPÍTULO 25: El ojo de Horus

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PRESENTE

Helena

― Dime de nuevo por qué no puedes venir ― le dije a Liv mientras giraba por décimo cuarta vez la llave de Betty e intentaba que arrancase. Nada, absolutamente nada.

― Tengo examen de Microbiología el lunes ― respondió ella y cerró el capó con tanta fuerza que todo mi asiento vibró ―. Lo siento ― agregó y no sabía si se estaba disculpando por lastimar a Betty o por dejarme volver sola al pueblo. 

― ¿Y si chantajeamos a la profesora para que cambie la fecha del examen así puedes venir? ― volví a insistir cuando abrió la puerta del pasajero de mi Mustang del 64 celeste y se sentó a mi lado.

― No será tan malo ― contestó y la miré fijamente al mismo tiempo que volvía a intentar encender la reliquia que era mi auto―. No me mires así, tengo las manos atadas aquí. Solo mantente cerca de Callie todo el tiempo y no te pasará nada ― El leve rugido del motor nos ilusionó por un segundo pero rápidamente se apagó. 

― Él ama a Callie ― Bajé del vehículo y lo rodeé hasta llegar al capó para abrirlo nuevamente. ¿Qué te sucede Betty?

Aiden por algún motivo adoraba a mi hermanita pequeña. Y, lamentablemente, ella lo amaba a él. No sabía si era algún tipo de enamoramiento infantil o algo por el estilo, pero se llevaban tan bien que hasta parecían hermanos a veces. Solo pensar en ellos juntos divirtiéndose hizo que un escalofrío recorriera mi espalda baja. ¿Cómo lo recibiría ella después de estos tres largos años? ¿Lo recordaría?

― ¿Y si te emborrachas hasta no recordar nada? Seguro así se te pasará más rápido el tiempo ― dijo Liv desde el interior, apoyando los pies sobre la consola. Yo, mientras tanto, intentaba encontrar dónde estaba el problema de Betty. ¿Por qué no arrancas bonita?

― Oh, sí. Excelente idea. Desmayarme delante de mis abuelos por un coma alcohólico suena como un plan ― respondí frustrada y volví a mi asiento. Apoyé las manos en el volante y enterré mi cabeza en él.

Te extraño, te extraño demasiado.

― Ey, sobrevivirás ― Liv pasó suavemente su mano por mi espalda, intentando consolarme ―. Siempre lo has hecho.

Y tenía razón. Siempre había sobrevivido. Luego de la muerte de mi mejor amigo había bajado al mismísimo infierno y regresado intacta, pero con más cicatrices de las que me gustaba mostrar. Todos estos años me forcé a ocultar mis sentimientos, a alejar la tristeza que me atormentaba desde el interior. Pero hoy... Hoy simplemente quería dejarlo ir. Quería llorar hasta que me ardieran los ojos, gritar hasta que las cuerdas vocales me temblaran. Golpearlo hasta que mis nudillos sangraran.

Pero en lugar de eso, como tantas otras veces, puse mis emociones en una cajita y la lancé al vacío, a las profundidades de mi ser que nunca nadie llegaría a ver. La escondí y tiré la llave imaginaria al océano del olvido. Porque recordar dolía y el dolor me obligaba a sentir.

La ligera oscuridad del estacionamiento a la que ya nos habíamos acostumbrado desapareció cuando la luz de los faroles del auto que ingresaba en el garage nos encegueció. Ambas llevamos nuestras manos al entrecejo para cubrirnos y nos relajamos cuando el vehículo dobló y estacionó a nuestro lado. Cass apagó el motor de su Lexus rojo y bajó a la par de Bianca, quien se encontraba en el asiento del pasajero.

― No entiendo para qué tienen celular ustedes dos si nunca me contestan los mensajes ― dijo la morena y se acercó a nosotras ― Bajen de ese cacharro y miren lo que conseguí ― Palmeó el capó de la pobre Betty y, un poco ofendida, hice lo que pidió.

Lo que hubiésemos sidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora