CAPÍTULO 22: Lo dicho, dicho está

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Helena

Algunos días, cuando la casa era demasiado ruidosa para estudiar, la biblioteca se convertía en mi refugio. Donde el único sonido era el de los teclados haciendo clic y las páginas de los libros siendo volteadas. Donde la música, las risas coquetas y los gritos que anunciaban que se había agotado el agua caliente no se oían y sólo era consciente de mis pensamientos. Aquí no ibas a escuchar a tu amiga gimiendo, ni a los resortes de su cama rechinando mientras se follaba a tu enemigo de toda la vida.

Lamentablemente, hoy no era uno de esos días en donde me escapaba. Más bien estaba a punto de encerrarme por quién sabe cuántas horas con el susodicho y lo peor es que había sido mi idea. Todo sea por aprobar, me repetí una y otra vez mientras avanzaba por el largo pasillo hasta la entrada del salón principal.

La biblioteca era el edificio más antiguo del campus y también el más imponente. Contaba con cuatro pisos llenos de historia y conocimiento. El primero de ellos era la sala silenciosa, mientras que en el segundo tenías la sala parlante. En el tercer piso, podías reservar pequeñas aulas privadas para tu grupo de estudio, y en el cuarto se encontraba la sala de informática, prácticamente abandonada ahora que todos poseían computadoras portátiles.

El reloj de la puerta anunciaba las nueve en punto y esperaba que esta vez Aiden no me dejara plantada. No era como si me hubiera enviado un mensaje de texto para confirmar nuestra "cita", más bien había sido Cass la encargada de avisarme lo que el rey del universo quería. Contrario a lo que pensaba, mi amiga no se quedó a dormir con él y regresó a casa a eso de las once de la noche. Al parecer, el morocho no era de los que dormía cucharita y Cass parecía estar de acuerdo con eso.

Me tomó menos de dos segundos encontrarlo al entrar. No era cómo los otros estudiantes que se habían caído de la cama para venir a estudiar temprano, él parecía salido de una película. Apoyado contra el escritorio de la recepcionista, lo vi lanzarle su sonrisa de lado característica a la anciana de cabello blanco. Lo observé fijamente mientras la señora le entregaba una llave y él me devolvió la mirada, como si todo este tiempo hubiera sido consciente de mi presencia. Avanzó hacia mí como si fuera el macho alfa, rezumando confianza y sexualidad. Aiden Reeves era la dosis perfecta de peligro y violencia que debías probar por lo menos una vez en tu vida. Lástima que a veces los límites se desdibujaban y no podías tener suficiente de él.

― Vamos, nos reservé un cuarto ― dijo haciendo resonar su deliciosa voz en toda la sala silenciosa y ganándose una mirada severa de la bibliotecaria de turno.

― ¿Que hiciste qué? ― musité por lo bajo.

― Ya me oíste. Aula 23 ―respondió como si nada y siguió caminando hasta las escaleras.

― ¿Por qué nos reservarías una habitación privada justo a nosotros? ― Esto no pintaba bien, no podía estar encerrada en un lugar minúsculo con este monumento de hombre.

― ¿Acaso es miedo lo que percibo en tu voz, Juls? Puedes quedarte tranquila, no pienso tocarte ―dijo sin darse vuelta para mirarme―. A menos que me lo pidas, claro―Giró la cabeza lo suficiente para echarme una mirada de arriba a abajo y comenzó a subir los escalones de dos en dos.

Resoplé y ni me gasté en contestarle. Subí las escaleras detrás de él, pero para cuando llegué al tercer piso ya no estaba. ¿Qué aula había dicho? Todas las puertas de las pequeñas cabinas estaban cerradas menos una. Mierda, parecía que éramos los únicos en el piso. Respiré hondo y entré, solo para encontrarlo sentado con los brazos en su nuca y los pies sobre la mesa.

― ¿Por qué tardaste tanto? ―Mis ojos se pusieron automáticamente en blanco y me senté en la silla más alejada a la suya, no quería arriesgarme.

Lo que hubiésemos sidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora