CAPÍTULO 23: Media naranja

24.4K 1.6K 2.2K
                                    




Helena

Al comienzo, la raza humana era casi perfecta. El Sol había dado lugar al sexo masculino y la Tierra al femenino. Pero fue la Luna la que dio origen a la combinación de ambos, una nueva especie muy particular llamada andrógino.

Todos ellos tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos y cuatro piernas. Dos rostros unidos a un cuello circular y una sola cabeza. Caminaban como nosotros y no tenían necesidad de girarse para tomar el camino que querían. Los cuerpos eran robustos, vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo, y así combatir con los dioses.

Ante semejante osadía, Júpiter se debatió qué hacer. Los dioses no querían reducir a la nada a los hombres, como en otro tiempo había hecho con los gigantes fulminándolos con sus rayos. No querían que desapareciera el culto, ni los sacrificios, pero tampoco podían tolerar tal insolencia. Finalmente, Júpiter encontró la solución, un medio para conservar a los hombres y hacerlos más sensatos, una forma de disminuir su fuerza. Los separaría en dos, así se harían débiles y los dioses tendrían ventaja.

Y así lo hizo. Pero el problema surgió después, ya que hecha esta división, cada mitad hacía esfuerzos para encontrar la otra mitad de la que había sido separada. Y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se unían, presas del deseo de entrar en su antigua unidad, con ardor tal que, entrelazadas, morirían de hambre e inacción, no queriendo hacer nada la una sin la otra.

Cada uno de nosotros no era, entonces, más que una mitad de hombre, que había sido separada de su todo. Mitades buscando siempre sus mitades.

O eso decía Platón. Mi madre me había contado este relato más veces de las que me gustaría admitir. Antes de dormir, me daba el beso de las buenas noches y me contaba alguna de sus historias sobre el amor. Y yo, inocente, elegía creerlas. Elegía creer que había una mitad allá afuera que estaba sufriendo por no encontrarme. Mi media naranja.

Mi misión había sido por mucho tiempo encontrar a mi otra mitad, vivir felices para siempre completándonos mutuamente. Porque solo así, solo con la persona correcta a mi lado, sería fuerte. Solo así estaría completa. ¿No era eso lo que nos enseñaban los cuentos de hadas?

Qué bueno que superé toda esa mierda y ahora a cada naranja que me encontraba la hacía jugo. Lo único que logró el amor fue arruinarme la vida. Me nubló la vista, me sacó de mi eje. Cometí errores, como todos sí, pero los míos fueron imperdonables. Y ahora estaba pagando las consecuencias.

El aliento caliente de Nate en mi cuello me había mantenido despierta durante toda la noche. Su brazo alrededor de mi cintura apretando como si tuviera miedo de que me escapase no era más que otro recordatorio de las palabras que había pronunciado. Su pecho, en lugar de reconfortarme como tantas veces, ahora me asfixiaba al presionarse contra mi espalda.

No recordaba cuántas veces había revisado el reloj. ¿Por qué el tiempo pasaba tan lento cuando no podías dormir? Resoplé y me giré como pude, quedando frente a frente a él. El sol aún no había salido pero los primeros destellos de luz se abrían paso entre las rendijas de mi persiana, iluminando el rostro del rubio con su tenue brillo. Tan hermoso y tan bueno, mi tan perfecto Nate. ¿Cómo podrías quererme a mí?

Con suma delicadeza, pasé mi pulgar por su mejilla y lo observé dormir. Aprecié cómo poco a poco los rayos amarillentos dibujaban su boca y sus sensuales labios, cómo definían su mandíbula y cómo hacían brillar su cabello. ¿Por qué tenías que amarme a mí?

Inhalé con fuerza, intentando recordar cómo respirar. Las paredes parecían encogerse a mi alrededor y los brazos de Nate se sentían como una prisión. Necesitaba salir de allí, necesitaba soltarme.

Lo que hubiésemos sidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora