CAPÍTULO 33: Fuego cruzado - Parte I

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Aiden

Helena, a diferencia de mí, era impulsiva.

Pero no impulsiva de «me la mando y ya está», sino más bien de las de «me mando la cagada, se me pasa el subidón de energía y luego me arrepiento mientras me limpio tu semen de mi boca»

Fui culpable de varias de esas cagadas como para saber cuál era la lógica de su razonamiento. Ni siquiera era que el impulso de sus actos se materializara de la nada. Más bien pensaba, analizaba, pensaba de nuevo y cuando se cansaba de darle vueltas al asunto simplemente tomaba las riendas y lo hacía. Todo en un milisegundo.

Así fue la cachetada y luego el beso. Y después...

Yo era calculador. Cada uno de mis movimientos estaban premeditados y no seguían el libre albedrío. Pero claro que la gente tomaría mi irreverencia y la insensatez de mis actos como algo irracional o impensado.

No lo era.

Mis pasos estaban milimetrados, seguían un patrón que yo solo conocía y había elaborado con los años, perfeccionándolo tan bien que a veces me olvidaba que era un acto y solo eso.

Lo primero que pensé cuando vi su cuerpo semidesnudo balancearse entre los estúpidos disfraces del resto de los invitados fue que estaba volviéndome loco. Que era otra de las tantas alucinaciones que mi mente me ponía delante para jugar sucio. Un recuerdo constante y agrio de todo lo que representaba Helena en mi vida.

Y la llamaba Helena, y no Juls, porque estaba enojado con ella.

Por presentarse en este intento de fiesta, que no era más que una fachada, como todo lo que nos rodeaba. Por venir hasta aquí luciendo como la fantasía perversa que tenía en mi cabeza. Por romper cada uno de mis fallidos mecanismos de defensa y obligarme a buscarla.

A protegerla.

Porque Helena era impulsiva y creía que ese disparo que oímos cuando acabé en su sucia y perfecta boca iba a ser el único que se escucharía esta noche.

― ¡¿Qué fue eso?! ―preguntó con algo muy parecido al pánico en sus ojos y se reincoporó, asegurando el corset en su lugar y guardándose las tetas.

― Un imprevisto ―respondí antes de que el segundo disparo resonara e interrumpiera la velada.

― ¿Un imprevisto? ¿Me estás jodiendo en este momento? Esos son malditos disparos, Aiden.

No me pasó desapercibido como su voz se quebró al mencionar la palabra disparos, ni tampoco cómo tembló cuando los estruendos de las armas se mezclaron con los gritos de los invitados.

Me vestí apurado, recogiendo mi camisa y la máscara de conejita del suelo. Si mis cálculos no fallaban y este atentado era lo que yo creía, teníamos poco tiempo para salir de allí.

― Pontela, Helena. ―Le pasé la máscara y me hizo caso. Eso sí que era una primera vez.

Hice lo mismo con la mía, no podía dejar que nadie nos reconociera.

― ¿Helena? ―Me miró confundida. Ni ella ni yo estábamos acostumbrados a que ese nombre saliera de mis labios, pero en este momento no estaba enojado, estaba furioso.

Tenía que sacarla de allí fuera como fuera, y si la conocía bien no iba a hacérmela fácil.

― Vamos. ―La tomé de la muñeca y la arrastré por el pasillo espejado.

― Aiden, suéltame. ―Intentó zafarse pero mis dedos apretaban fuerte su piel, asegurándose de que no se escapara y fuera directamente a la zona de fuego cruzado ―. ¡Aiden!

Lo que hubiésemos sidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora