CAPÍTULO 35: A rey muerto, rey puesto

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Nate

— ¿A quién se está cogiendo Helena? —Fue lo primero que le pregunté a Diego al entrar a la casa con la respiración agitada y quizás un poco desesperada —. Antes de qué respondas alguna broma, estoy preguntando en serio. Necesito una respuesta antes de ir corriendo a follarla como un desquiciado en este momento.

Y es que en eso me había convertido estos últimos días, sacando conclusiones precipitadas, comiéndome la cabeza e intentando ignorarla. Ciertamente mi aspecto combinaba con mi estado mental. El sudor pegaba mi cabello contra mi frente y las gotas húmedas recorrían mi rostro, enmarcando los huecos oscuros debajo de mis ojos al caer sobre mi barbilla cubierta del vello residual que había negado a afeitarme.

— Iba a decir que a ti no, por lo visto. Pero ya que preguntas tan amablemente, la respuesta es que no tengo ni idea, tío —respondió él desde el sillón mientras levantaba en el aire una caja de cereales de chocolate y abría la boca para atraparlos mientras los soltaba desde arriba.

Su estado también era deplorable, pero este era el estado natural de Diego luego de una buena fiesta. Una de la cual decidí irme más temprano de lo normal, porque mi mente se había enojado conmigo y estaba empeñada en arruinarme la noche. Y cuando se lo proponía, tenía el poder de arruinarme la vida. Porque cuando ni siquiera dormir hacía que se callara, era cuando verdaderamente sabías que estabas jodido.

Y ahí, cuando ella no paraba de dar pelea, era el momento de poner tu cuerpo en acción. Lo obligabas a moverse con la esperanza de que tus movimientos fueran lo suficientemente fuertes como para callarla un rato. Te llevabas al límite, casi sintiendo que estabas corriendo por tu vida, escapando de un monstruo que, quisieras o no, se encontraba bien adentro tuyo.

Y solo en ese instante, en el que eras consciente de que tu cuerpo no podía superar a tu mente, era cuando el terror te consumía. Ya no había vuelta atrás, tenías que admitir que eras un desastre y que ni siquiera salir a correr a las cuatro de la mañana sirve para olvidarte de ella.

— ¿No se supone que eres su mejor amigo?

— Bueno... digamos que me ha estado evitando toda la semana. —Lo miré con una ceja levantada, esperando que se explicara y el bufó antes de hablar—. Hay algo que no te dije. Helena vino el otro día a buscarte después de...ya sabes... Becca.

— ¡¿Y me lo dices recién ahora?! —La había estado evitando toda la semana, pero estaba llegando a mi límite. Helena era la única droga de la que nunca podría tener suficiente y estaba teniendo una muy dura abstinencia.

— Eso no es todo, creo que te ha visto con ella —agregó y sentí un puñetazo directo en el estómago.

— ¿Me estás jodiendo en este momento? ¿Por qué no me dijiste nada, imbécil?

— No lo sé, son suposiciones mías. —Movió su mano en el aire para que no me preocupara—. Puse mi cuerpo para que no viera la orgía masiva que estaban teniendo el cabeza hueca de Noah y tú, pero supongo que no podías tener las manos lejos de la rubia por dos segundos —se burló y esta vez se metió el doble de cereales en la boca.

— Mierda, mierda, mierda. –Recogí mis llaves y salí corriendo por la puerta.

— Quizás sea lo mejor viejo —me gritó Diego mientras me alejaba.

Pero no, no era lo mejor. Había tenido mi dosis de diversión esta semana, admirando y adorando el cuerpo de Becca en todas las posiciones posibles. Asegurándome con cada mirada que no era Helena e intentando estar bien con eso. Iluso yo, pensando que era fácil de borrarla de mi piel.

Me encantaría odiarla, hacerlo más fácil. Sacarla de mi sistema follando con todo aquello que se me cruzase. Sí, sería una buena solución si tan solo fuera solo sexo. Quizás sus fortificadas y enormes barreras de defensa le hicieran creer lo contrario, pero no había forma de negar que había algo más entre nosotros.

Lo que hubiésemos sidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora