CAPÍTULO 27: De los cuernos y de la muerte - Parte I

20.1K 1.2K 1.2K
                                    




Aiden

― Siempre fuiste mía, Juls. Y siempre lo serás ― le susurré en los labios antes de tomarlos con mi boca. Su sabor me embriagaba, me hacía sentir que había desperdiciado mi tiempo al no probarlo antes.

― Aiden, yo te... ― Se separó de mí solo lo justo y necesario para decir mi nombre casi como si le doliera hacerlo.

― No lo digas ― le pedí y volví a estampar mi boca contra la suya, reclamándola. Porque ella era mía, completa e inevitablemente mía.

El gusto agrio en mi boca me hizo sentir que estaba viviendo un déjà vu al verla alejarse de mí. La cola de su vestido se bamboleaba con el viento como si sus pasos fueran acelerados, como si sus ganas de desaparecer fueran tantas que la obligaban a correr. Su cabello, de un lado para el otro, me decía que no iba a voltear a mirarme. Estaba huyendo. Huyendo de mí.

Siempre fuiste mía, Juls.

La veía correr en cámara lenta mientras que se mezclaba entre la gente, cada metro de distancia era como una estaca en mi pecho. Su cuerpo giró para rodear la casa y desaparecer de mi campo de visión y no lo dudé. Sentí los latidos de mi corazón vibrar en mi garganta cuando mis pies se despegaron del piso y comenzaron a ir en su dirección.

Y siempre lo serás.

Corrí con el viento a mi favor, dejando la marca de mis zapatos en el césped por la brusquedad con la que me estaba moviendo. Todavía quedaban algunos invitados que estorbaban mi camino con sus saludos finales, pero sorteé a cada uno de ellos intentando seguir su rastro. Había desaparecido más rápido que la sombra en un día húmedo. De repente, unas manos pesadas en mis hombros detuvieron mi búsqueda y tuve que clavar mis pies en el piso de golpe.

― Aiden ― dijo mi padre con un dejo de alcohol en su voz ―. No sé si sea un buen momento para decirte esto, pero necesitas saber que hay un problema con tu... ― Miré cómo movía su mandíbula de manera exagerada, como si cada uno de sus gestos le estuviera costando trabajo. Lo veía hablar, pero realmente no lo estaba escuchando. Estaba demasiado ocupado buscando esos ojos grises que me perseguían en mis sueños desde hace rato.

― ¿Me escuchaste? ― preguntó soltándome y esperando una respuesta. Asentí con la cabeza, sinceramente no me importaba una mierda lo que tuviera para decirme en este momento.

Con un ligero golpe en mi espalda, dio por terminada nuestra unidireccional conversación y se aferró al brazo de mi madre cuando se nos unió.

― Gracias por venir, hijo. Significa mucho para mí ― me dijo ella al mismo tiempo que pasaba su mano helada por mi mejilla, en un intento de una caricia maternal.

Quería decirle que no lo había hecho por ella, que nada podría interesarme menos, pero no tenía tiempo. Tenía que encontrarla y hacer de una vez por todas lo que debería haber hecho hacía mucho tiempo.

Mis padres se despidieron como si fuese a extrañarlos. No me sorprendía que se fueran antes del último brindis, tenían la costumbre de desaparecer siempre un rato antes de que finalice cualquier evento. Casi como si a cierta hora su carruaje se convirtiera en calabaza o algo por el estilo.

Dejé atrás a mis progenitores y agudicé mis sentidos para dar con ella. ¿Cómo se atrevía a dejarme así? Se había metido con el tipo equivocado si pensaba que no iba a hacer nada al respecto, si pensaba que podía librarse de mí. Al rubiecito podía hacerle todas estas estupideces, pero a mí no. Yo, que estaba grabado en su piel, era su dueño. Ella me había dado ese poder antes y me lo daría ahora. Ningún hombre podría borrar mi marca, ninguno podría hacerla sentir de la manera que yo lo hacía. Y ella lo sabía, por eso decidía escapar en vez de afrontar la cruda realidad.

Lo que hubiésemos sidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora