CAPÍTULO 29: Culpables

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Helena

― ¡No! Te dije que me dejaras manejarlo a mi manera, maldita sea. ―La voz grave y hostil de Aiden resonó en mi cabeza y se replicó como un murmullo en un eco que me hizo abrir lentamente los ojos.

La oscuridad de la tormenta había desaparecido y los rayos del sol pegando en mis sensibles pupilas me obligaron a refugiarme en la negrura de mi mente otra vez. Estaba cansada y dolorida, los músculos de mis piernas parecían estar siendo torturados por mil clavos y agujas, al igual que mi abdomen y mi espalda. Giré sobre mí misma intentando buscar una posición más cómoda en donde mis extremidades no me pesaran tanto, pero solo logré chocar mi nariz contra el cuero del asiento trasero del auto. El auto. Estaba en un auto en movimiento. ¿Cómo era posible? ¿Acaso lo de ayer había sido uno de mis tantos sueños mojados o de verdad había tenido sexo con él?

― Estoy yendo. No muevas un dedo hasta que yo llegue, ¿me escuchaste? ―volvió a hablar pero esta vez su tono era más amenazante. ¿A quién le hablaba de esa forma?

Me giré de nuevo y abrí solo uno de mis ojos para observarlo. Estaba completamente vestido y aún así lograba que mi libido estuviera en niveles perjudiciales para la salud. Dudaba mucho que fuera la única mujer a la que le calentaba ver a uno de su especie conducir. Una mano en el volante y otra en la palanca de cambio, la vista en la carretera y los hombros hacia atrás. Imperturbable, concentrado, caliente como el infierno.

Llegamos a una curva y usó ambas manos para girar el volante como un experto, un muy sexy experto. Dejé de observar la forma en la que sus brazos se contraían por la presión que ejercía en cada uno de sus movimientos y obligué a mi único ojo abierto a prestarle atención al reflejo de su cara en el espejo retrovisor. Debajo de sus espesas pestañas, sus ojos jade seguían atentos el camino que teníamos delante. Como si sintiera mi mirada sobre él, me miró a través del espejo y automáticamente cerré mi ojo, haciendo de cuenta que todavía estaba dormida.

Apreté mis párpados y me quedé inmóvil, creyendo que mi actuación era lo suficientemente buena como para que se la tragara. Al no escuchar ni una palabra proveniente de su asiento, me tranquilicé y confié en mis dotes actorales, pero de pronto el auto giró en una curva pronunciada y sentí cómo la vibración del motor cesaba al mismo tiempo que el sonido del freno de mano llegaba a mis oídos. Escuché también cómo abría la puerta y la cerraba de golpe, con brusquedad. Luego de algunos segundos de silencio puro, abrí mis ojos y suspiré ante la soledad que había dejado en la cabina.

Abandoné mi no tan cómoda posición y me senté en el asiento, notando que era diferente al de ayer. Todo era distinto, los asientos, el interior, la consola y hasta el volante. ¿Habíamos cambiado de auto o simplemente mi memoria se había dañado debido a los múltiples orgasmos? Ante ese pensamiento, mi cerebro comenzó a proyectar un trailer de la noche anterior, traicionándome de la forma más vil.

Aiden embistiéndome desde atrás y atacando mi cuello con sus pecaminosos labios. Yo encima de él, meneando mis caderas con entusiasmo y necesidad. Él sobre mí, dándome todo de sí y sujetando mis manos sobre mi cabeza. Sus besos en mi piel, mis manos en la suya. Mi lengua sobre sus tatuajes, su boca llevándome al orgasmo más intenso de toda mi desgraciada vida.

De ninguna manera eso había sido un sueño, no podría ni comenzar a imaginarme las cosas que habíamos hecho anoche, a pesar de las tantas fantasías que había tenido con él y su cuerpo de infarto. Basta. Si seguía pensando en ello no iba a arrepentirme como correspondía e iba a querer hacerlo de vuelta. Estaba mal, muy mal, ¿pero por qué demonios tenía que sentirse tan bien?

Miré hacia abajo y me encontré vestida con la calidez de un buzo que no era mío. No había empacado uno y menos uno que me quedara tan grande. Debajo de él estaba desnuda, como recordaba haberme dormido a pesar del frío de la noche. Llevé la tela a mi nariz e inspiré, llenándome de su aroma. Era un olor cítrico pero amaderado, dulce pero varonil. Fresco y picante al mismo tiempo. Me resultaba casi irónico que un perfume lo representara tan bien, que marcara cómo podía ser hielo y fuego a la vez. Inspiré de nuevo, queriéndome guardar el aroma en mi memoria, con miedo de que fuera capaz de olvidarlo alguna vez.

Lo que hubiésemos sidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora