trece

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Al día siguiente James no la visitó, pero envió una amable nota en que pedía disculpas por su comportamiento, junto a un bonito ramo de flores, y le recordaba que se reunirían en el baile de los Penshurt.

Le extrañó saber que no pasaría por ella, pero agradeció el gesto de paz.

Aun le entusiasmaba asistir al baile, aunque temía hacerlo como acompañante de James.

Sabía que tendrían que bailar juntos y mostrarse cercanos, como cualquier pareja de novios, y la incómoda discusión que habían sostenido la tarde anterior la había dejado con un amargo sabor de boca que la hacía desear no hallarse en íntima cercanía del joven.

Aun no estaba del todo segura de qué tanto había actuado bien o mal y aquello la hacía sentirse incómoda y culpable. 

Hubiera preferido culpar a James del mal rato, pero en gran medida sabía que ella lo había ocasionado al mostrarse tan fría y distante con el tema del compromiso.

Cualquier hombre se sentiría ofendido, y por más que le diera vueltas al asunto, no sabía aun como podría resarcirse.

Por su parte, la carta que habían encontrado, con la dolorosa noticia que su padre ocultaba en el retrato de la biblioteca, era ahora la mayor de sus preocupaciones. Se le revolvía el estómago solo de recordarle. ¿Sería cierto que tuviese algún hermano o hermana abandonado por el mundo? Seguía sin parecerle propio del carácter de su padre el mantener un amante, pero incluso aunque lo hubiese hecho, no podía imaginarlo abandonando a su prole a su suerte. Del fallecido duque podían decirse muchas cosas, pero no que fuese un hombre indolente. Había amado a sus hijos y había sido benevolente con ellos.

Ciertamente había cometido grandes errores, quizás más aun que la mayoría de los padres, pero no podría decirse que no los quisiese. Muy por el contrario. Le parecía imposible, además que hubiese abandonado a un hijo de su propia sangre, aunque de origen prohibido, cuando había decidido adoptar a la hija de otro hombre tras casarse con su madre. No le cuadraba un comportamiento de aquél tipo. No sabía aun si le diría algo a Mathew o si le preguntaría a Letice, pero había decidido que debía ocuparse del asunto de algún modo.

Había concluido que aquel testamento incompleto que habían hallado en el estudio de su padre de algún modo debía de estar relacionado con aquella carta, y sentía la imperiosa necesidad de averiguarlo.

Y para ello, por supuesto, necesitaría a James, por lo que con mayor razón, debía buscar la forma de disculparse.

Decidió comenzar por prepararse con esmero. Puso gran cuidado hasta en los detalles más mínimos de su atuendo, y mientras lo hacía se esforzaba por dedicar sus pensamientos a James. Le otorgaría, por primera vez, toda su atención. Sería, una vez más, aquella dama bella y coqueta que tanto éxito había conseguido en los salones de baile, pero esta vez solo concentrando sus atenciones en el joven que sería su esposo.

Pensaba que si bien no era una disculpa propiamente, y ni apenas serviría para limar asperezas, al menos daría un paso hacia su reconciliación si se mostraba amistosa y encantadora.

Sabía muy bien hacer uso de sus atributos para atraer la atención de los jóvenes, y por lo que recordaba,  James no era inmune a ellos.

No solo necesitaba de su ayuda, si no que además deseaba genuinamente mantener una buena relación con el hombre con que pasaría el resto de sus días, y especialmente con lo amable y gentil que siempre se había mostrado hacia ella, por lo que indudablemente se sentía culpable de haberle rechazado.

Estaba tan enfocada en reparar el daño causado en su amistad con James, que había olvidado que asistiría a un baile.
No uno demasiado concurrido, ni con invitados muy alejados de su círculo, pero con suficientes asistentes como para llenar sin problemas el salón de baile de Derby's Mannor.

La PrometidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora