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Luego de un larguísimo viaje, al fin tomaban ya un camino interior, de tierra y cercado por una bellísima y antigua arboleda, alejándose de los campos cosechados de las muchas granjas familiares que cundían por la zona.

El hogar del duque de St. Albains correspondía a lo que había sido una de las antiguas fincas de caza del rey Carlos II. Cuenta la leyenda que el monarca se había visto obligado a cederle la finca y las tierras que la componían a una de sus tantas amantes, Leonor Gwynne, una de las primeras actrices de reino unido, luego de que, durante una temporada de caza, el rey y sus amigos que se hospedaban con él, disfrutaran de molestar a su amante porque gustaba de dormir mucho y no disfrutar del buen deporte con ellos.

Entre bromas, el le habría ofrecido como regalo toda la tierra que pudiese recorrer antes del desayuno, si llegaba a cometer la imprudencia de levantarse temprano. Para su sorpresa, a la mañana siguiente, se halló a la bella Nelly, como le llamaban sus cercanos, instalada a la mesa del desayuno mucho antes que él. Se habría levantado temprano a cabalgar y habría regado pañuelos a lo largo de su ruta, para marcar su avance por los terrenos. El área rodeada por Nelly habría sido la que luego se convertiría en Bestwood Park, y la finca el rey la habría cedido a ella y a su hijo bastardo, Charles Beauclerck quien había sido el primer duque de St. Albains, obteniendo el título en 1670.

Los actuales residentes de la finca, la familia Beauclerck, descendían entonces por línea directa del que había sido Rey de Inglaterra y escocia, y de la bellísima dama que había sido Leonor Gwynne, de quien además se decía que contaba con gran inteligencia, carácter y astucia.

El Royal Sherwood Forest que rodeaba una parte de la finca, así como los demás terrenos, constituían un área de brezales, praderas, humedales y bellos jardines. James se degustó con el verde y boscoso paisaje, que los recibió cubierto de una suave capa del rocío de la mañana.

Pronto, una verde explanada se alzó ante ellos para dejar ver Bestwood Lodge, la residencia de los Beauclerck.

El Barón Churston se tomó la molestia de informar con detalle a James que la señorial casa había sido construida por el décimo duque de St. Albains, Lord William Amelius Aubrey de Vere Beauclerk, quien ordenó la demolición del antiguo pabellón de caza medieval completó la reconstrucción de un nuevo Bestwood Lodge, encargando el diseño al reconocido arquitecto S.S.Teulon.

Si bien el duque de Hamilton era un admirador de la arquitectura, no era ningún erudito al respecto, por lo que apenas prestó atención a las muchas acotaciones que su amigo, más conocedor y fanático de las grandes construcciones, le hacía. Le bastaba con observar la bella casa de ladrillo con torreones, instalada entre un frondoso bosque de color verde oscuro, y rodeada de una amplia pradera en verde muy claro.

Mientras el carruaje se aproximaba a la entrada principal, un impecable grupo de sirvientes vestidos de negro se formó a recibirlos con toda parsimonia. Dos de ellos, un hombre de mediana edad, con un frondoso bigote color cobrizo, y una menuda mujer de rostro agraciado y ojos azules, se acercaron a darles la bienvenida.

Se trataba del mayordomo de la casa y la ama de llaves. James no fue capaz de recordar sus nombres, pero en su mente y guiado por la extensa conversación sobre la historia de la casa a la que había sido sometido, decidió nombrarlos para sí como Charles al mayordomo, en honor al rey que había sido dueño de la finca y Nelly a la ama de llaves, en honor a la famosa amante. Churston, como de costumbre, había viajado con su secretario, que los seguía en otro carruaje con el equipaje, por lo que solicitó a Charles en pocas palabras que ayudasen al joven señor Arnold Gibbon a acomodarse en las habitaciones que les ofrecerían.

El mayordomo, -que no se llamaba Charles en realidad, pero que James decidió que ya nunca podría llamarlo de otro modo porque además la coincidencia del nombre escogido en honor al monarca calzaba muy bien como una broma interna en contra de su archienemigo de la infancia, Charles Hardinge-, ordenó a unos cuantos sirvientes encargarse de lo solicitado por el Barón, mientras que invitó a John y James a seguirles dentro de la residencia.

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