cinco

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Los habitantes de Burford House, la residencia de ciudad del duque de St. Albans, se hallaban revolucionados.

El duque había marchado esa mañana a la finca familiar, con la excusa de tratar un asunto de suma urgencia, pero permanecían en Londres su esposa, sus hijas y su hermana, que se preparaban con entusiasmo para el baile de máscaras ofrecido para esa noche por Madame Le Foix, una Condesa francesa de alto renombre en la sociedad y que gustaba de causar gran sensación en su paso por Londres.

Los trajes habían sido preparado con esmero por las damas, y las expectativas para aquél baile estaban por las nubes, por lo que ninguna mostró mayor interés en la partida del duque, ocupadas en los últimos preparativos.

Prudence estaba particularmente ansiosa. Revoloteaba con insistencia por su cuarto de vestir en busca del cinto adecuado con el que adornar el vestido que usaría esa noche. Usaría una alegoría en blanco y negro, adornado con plumas reales de cisne, para el cual requirió de tres doncellas que la ayudasen a atarlo en sus espaldas, las mismas que ahora la ayudaban a decorar con cuidado el alto tocado en que habían convertido su cabellera.

Si bien siempre había disfrutado de un buen baile de máscaras, aquél día ansiaba asistir con mayor entusiasmo de lo habitual, y deseaba verse especialmente radiante.

El motivo de su expectación se hallaba en la escueta nota que había recibido temprano por la mañana. La había sorprendido mientras revisaba la correspondencia: Entre una invitación a un baile y otra a una cena, halló un pequeño trozo de papel sencillamente doblado en dos. Con las manos temblorosas y cuidando que nadie notase lo que hacía, lo abrió para vislumbrar fugazmente la refinada letra de su amante secreto, el que sencillamente anunciaba "Esta noche en el bal masqué de Madame Le Foix".

Había bastado con eso para que su corazón se regocijara en un brinco de alegría y entusiasmo.

¡Al fin lo vería de nuevo!

No había podido ocultar su sonrisa durante todo el día, incluso cuando, en medio del almuerzo, la señora Mountbatten lanzara aquél desagradable comentario sobre cómo creía que se comportaría Prudence en Londres, sin la presencia del duque en la casa.

O aun cuando, durante la hora del té,  Lidia comentara mordazmente, una vez más, que el disfraz de Prudence no era más que una mala copia del de ella, que imitaría al flamenco, ave que según sus palabras, creía mucho más bella y exótica que un cisne.

Su entusiasmo era tal, que no solo dejó pasar aquellos y otros mal intencionados comentarios lanzados por las damas con el único afán de molestarla ahora que el duque no estaba presente, si no que incluso no se decepcionó cuando tía Letice anunció que no asistiría.  La mujer reprochaba con prudencia actividades de aquél tipo, insistiendo que el cubrirse los rostros para no ser reconocido no era más que una excusa para actuar de modo indebido y que una verdadera dama no debería exponerse a tales vicios.

Prudence no fue capaz de contradecirle. Sus expectativas, justamente, estaban en ello. La misma que la motivaba lo suficiente como para soportar el viaje en carruaje con las dos arpías que su padre había inmiscuido en su vida.

Se observó orgullosa en el espejo de pie con ribetes dorados que adornaba su sala de vestir,  cuando al fin el trabajo de sus doncellas estuvo terminado. La máscara negra que cubría su rostro enmarcaba sus fríos ojos azules y su piel pálida simulaba al marfil. Sabía bien que se veía hermosa y sonrió con satisfacción al adivinar el efecto que causaría en su amado.

Al llamado de la señora Mountbatten, corrió escaleras abajo. En el camino se tropezó con Lidia quien, por supuesto, llevaba un pesado y ancho vestido adornado con largas plumas teñidas en rosa, un alto y complicado moño en forma de ese, y una máscara con la forma del pico del flamenco, que prácticamente le cubría todo el rostro. Aunque apenas podía moverse con naturalidad y las perlas de sudor en su frente evidenciaban que el traje la acaloraba, Lady Mountbatten celebró el atuendo con entusiasmo. Seguramente,  confiaba en que bajo aquella máscara y sarta de plumas, su hija al fin conseguiría algún éxito esa noche.

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