veintitrés

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Mientras Prudence se confidenciaba con la caballería femenina, James sostenía su propia reunión con la infantería masculina en la biblioteca de Lord Derby. Se divertían, elucubrando y arrojando las más descabelladas teorías sobre el asunto que traían entre manos.

—¿No has visto su nariz?—insistía Charles, cuyas sospechas recaían fuertemente sobre Matthew—. Estoy seguro de que es otra nariz. ¿Estamos seguros de que el Matthew que regresó es el mismo?

—Charles, por favor—rodó los ojos Edward, absolutamente cerrado a una posibilidad tan fantasiosa.

—No, no, lo digo seriamente—propuso— Piensen en esto: El verdadero hijo del duque se va de viaje. Estando fuera, se encuentra con "El hijo ilegítimo" del duque. Discuten, se enzarzan en una disputa que pasa a las mano o golpes...lo que sea y el "verdadero Matthew" desaparece misteriosamente, mientras que regresa a Inglaterra el otro... que no es sino el hijo "ilegítimo", suplantándole para quedarse con el título...

James y Edward lo observaron perplejos, con ambas cejas en alto.

—Novelesco—murmuró James, asintiendo.

—Digno de Shakespeare—apuntó Edward, con mordaz ironía.

Charles bufó, molesto.

—No pueden decir que es imposible...—repuso, irguiéndose ofendido en su sitio—. Después de todo, cualquier teoría que podamos lanzar sobre cualquiera de los involucrados podría resultar novelesca. Si culpamos al ama de llaves, como pretende Lady Prue, o si nuestras sospechas recaen sobre la desagradable Lady Lydia nos encontraremos en la misma situación: Resulta del todo inverosímil que un duque pacífico y calmo, un padre amable, un hombre de familia que no se encuentra enredado en líos de mafias o deudas—la mirada burlesca de James le alcanzó a recordar que el mismo había sido un hombre de aquellos hasta hace poco—; un hombre que podría llamarse "sin enemigos", sea asesinado cruelmente por un miembro de su familia o servicio. Si lo pensamos bien, resulta novelesco que le hayan envenenado...

—¿Matthew lo inventó todo?—dudó Edward con una ceja en alto—. ¿Esa es tu otra hipótesis?

—¡Arnold estuvo con él!—apuntó James, negando con la cabeza—.El secretario de Lord Churston nunca podría prestarse para una charlatanería tal como la que planteas, Hardinge...

—Pero... ¡pero tal vez lo engañó a él también!—se defendió Charles, golpeando su rodilla con certeza.

—¿Por qué haría todo eso?—insistió Edward, viéndolo fijamente—. Una mentira así no se inventa por cualquier cosa, Charles.

—No lo sé...—reconoció, pasándose una mano por el cabello, desordenándolo.

—Si dices que es porque no se trata del verdadero hijo del duque...—le amenazó James refregándose ambos ojos con cansancio.

Nada de esta charla les servía. Así no conseguirían nada. Llegaba el momento de actuar y descubrir de una vez que estaba ocurriendo en la familia de su prometida, antes de que ella misma estuviese en verdadero peligro. Saber que Derby mantenía apostados hombres entre los jardines de la residencia de Prudence, y que el ya-no-tan-inútil de Penshurt consiguiera un par de muchachas de buena presencia con su vieja amiga madame Cherrybottom, a las que se instaló sutilmente al servicio de la casa, era lo único que le permitía realizar actividades lejos de su prometida. De otro modo, estaría él mismo escondido entre los rosales bajo su ventana a la espera de cualquier grito, tos u gesto que diera cuenta de que se hallaba en peligro.

Si, siempre había sido un hombre aguerrido, dispuesto a la aventura, pero nunca había sentido la pesada carga de sentirse atado a la existencia de otra persona. El afecto, descubrió en sus reflexiones, resultaba de lo más inoportuno: Se desvelaba por las noches, pensando en su seguridad, soñaba con ella, extrañando su compañía, sufría sus desaires y temía sus miradas gélidas. El desafío más doloroso de su vida había comenzado con la llegada de Prudence a ella. Pero sólo con evocar su nombre, la imagen de su coqueta sonrisa, divisándole entre la gente en un baile, le travesaba el corazón.

La PrometidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora