catorce

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Se dejó guiar con esfuerzo hacia el balcón más cercano. Era pequeño e íntimo, y apenas una débil luz les iluminaba.

Al fin, con el aire frío de la noche, era capaz de respirar nuevamente. Y volvía a pensar.

Las piernas le temblaban, las manos le sudaban frío. No se atrevía a explicar la situación a James, por lo que decidió mantenerse de espaldas a él. ¿Cómo se lo diría? ¿Qué pensaría de ella ahora, luego de todo lo ocurrido, de todo lo que le había dicho la tarde anterior?

Se sentía estúpida, ¡terriblemente estúpida! De solo recordar la mirada que su amado le había lanzado de reojo mientras recibía la bendición por su matrimonio de parte de Lord Penshurt, el corazón se le paralizaba.

¡Santo cielo! Había sido tan tonta...¡Tan terriblemente ingenua! Su enamorado, al que hasta ahora solo conocía como Nicholas, no era otro que Nicholas Seinfield, Conde de Dudley. ¡Y tenía por novia una bellísima debutante, la hermana de Lord Penshurt!

Y ella, la muy...¿Ridícula?, sí, ¡ridícula! había estado preocupada pensando en cómo le diría que estaba prometida...¡Mientras que él, no había pensado en ella durante todo el tiempo que duró su estadía en el campo! ¡Con razón no le había escrito! Había estado demasiado ocupado realizando avances en su compromiso con Lady Charlotte, como para preguntarle por la salud de su padre...

¡Ay, dios, como dolía! Dolía sentirse estúpida, darse cuenta de lo ingenua que había sido...

¡Pero qué ingenua había sido!... ¡Si hasta le había creído sus palabras de amor, el calor de sus besos...! ¿Cómo es que había sido tan ridículamente ingenua que todo ese tiempo creyó ser la única? ¡Por favor! ¿Cómo podía haber pensado eso de un romance furtivo, secreto y reciente? ¡Diablos, diablos, diablos!

El orgullo herido le ardía en su pecho. Se aferró a la fría piedra de la baranda del balcón y cerró los ojos.
¡Maldito!  Ella, que se había creído avezada, fuerte y segura no era más que otra niñata torpe que creía en las vacías palabras de amor de un Lord con segundas intenciones...  ¡Y ahora, con una sonrisa estúpida, tenía que felicitarle por su compromiso!

¡Oh, como lo odiaba!

Pero Prudence no era como cualquier niña ingenua en realidad: No le daría el gusto de verle humillada. No le exigiría explicaciones, no haría reclamaciones.
Con una sonrisa altanera iría hasta ellos y lo felicitaría por su compromiso mientras lucía a su acompañante. El bueno de James, a su lado, le sería de gran ayuda. Después de todo, a ojos de cualquiera, James era mucho más apuesto. Y era un duque, encima.

Respiró hondo. No podía usar a James de aquella forma, sin explicarle, sin hablarle de lo ocurrido, pero temía como se lo tomaría, especialmente luego de todo el entuerto con Archie.

-¿Te encuentras mejor?- preguntó James tras ella, con tono amable.

Parecía genuinamente preocupado, y posó las manos en sus hombros desnudos, demostrándoselo. Prudence tembló ante el contacto, abriendo los ojos de golpe.

Asintió, lentamente, antes de voltearse hacia él. Reunió fuerzas y se giró entre sus brazos.

Los sinceros ojos celestes de su prometido la recibieron acogedores. No parecía juzgarla, si no al contrario, dispuesto a protegerle.

-James, yo...

-Creo que el salón estaba algo acalorado- la interrumpió él, con la vista clavada en sus ojos, acariciándole los hombros. Una de sus manos subió un poco por su cuello y alcanzó la mejilla, cubriéndola con su palma.- El aire fresco debe haberte ayudado...

La PrometidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora