Entró tan sigilosamente como pudo. Sus ojos no tardaron en habituarse a la oscuridad, por lo que sin encender una vela o linterna, prefirió simplemente hacerse de la luz que se colaba por las ventanas. Conocía desde niña esa habitación, y recordaba con exactitud la disposición de los muebles, por lo que no tuvo problemas para girar directamente hacia el tocador.
Si Letice guardaba algún secreto, debía de estar entre sus bienes más preciados, por ende, allí. El característico aroma a petunias del perfume favorito de su tía la envolvió mientras intentaba abrir un pequeño joyero que había descubierto entre los frascos de crema hidratante, perfumes, y peines que repletaban. Rebuscó entre un par de joyas que pudo identificar cómo aquellas que usaba a diario, y abandonó el joyero para inclinarse sobre los cajones.
No alcanzó a ver lo que contenía el primero, pues apenas lo tuvo abierto un golpe seco le asestó en la nuca. Algo duro y frío le había golpeado con fuerza, aturdiéndola. Mareada, intentó voltearse hacia su atacante, pero el sonoro golpe rebotaba en sus oídos, mientras que la falta de luz le impedía enfocar la vista. Sintió cómo se volvía liviana y se iba de espaldas sobre la mullida alfombra que decoraba la habitación, mientras una figura aparecía entre las sombras: de pie frente a ella, con un florero de hierro entre las manos, en alto sobre la cabeza, y el abrigo de piel y el sombrero a juego aún puestos.
—¿Prue?—alcanzó a oír que la llamaba su atacante con desconcierto, antes de caer por completo al suelo y perder el sentido.
***
Tardó unos minutos en recobrar el sentido. La cabeza le daba vueltas y la nuca le dolía con intensidad. Se palpó por inercia el lugar en el que había recibido el golpe y sintió húmedo.
—¡Querida, al fin!—suspiró tía Letice, de rodillas junto a ella. El abanico en su mano que no dejaba de moverse frenéticamente sobre la nariz de Prudence delataba que había pasado los últimos minutos intentando reanimarla—. ¡Qué susto más grande me has dado! ¡Podría haberte matado, niña!.
Su tía la ayudó a incorporarse un poco, acomodándola con cojines para que pudiera sentarse con la espalda contra el tocador. Aún se hallaban en penumbras, en medio de la habitación de Letice.
—¿De qué se trata esta intromisión tan ignominiosa en mis aposentos?, —seguramente, ahora que la veía más animada, la ira se apoderaría de su tía—. ¡Prudence, por todos los cielos, creí que veía un fantasma o, incluso, un ladrón!
—Veo que estás preparada para defenderte, en cualquier caso—bromeó la joven, sobándose el sitio en la nuca en que su tía la había golpeado con el jarrón, intentando adivinar si lo que sentía en las yemas de los dedos era el frío del hierro del jarrón o derechamente sangre—Me has dado con fuerza.
Un gesto amargo apareció en el rostro de Letice, que se alejó un poco para quitarse el abrigo y encender una vela que esperaba dispuesta para ello en una mesilla auxiliar.
—Como siempre, subestimas mis capacidades. Seguramente no piensas que pueda actuar en defensa propia—le soltó, con aire ofendido—. Será mejor que me expliques qué hacías aquí, hurgueteando entre mis cosas. Es una falta terrible...
—Creí que estarías en la cena de Lady Venettia—le dijo, intentando acomodar su vista mareada a la luz de la vela. Le parecía incluso peor que la oscuridad total, ya que la débil luz creaba monstruosas sombras con figuras incomprensibles—. ¿Cuándo regresaste?
—¡Oh, ha sido una terrible idea aceptar esa invitación!—comentó Letice, olvidando de pronto su enfado contra su sobrina para dirigirlo contra alguien a que seguramente resentía mucho más—. La marquesa viuda de Salisbury ha decidido convertirse en un centro de caridad para causas perdidas y nos ha puesto a todas en una situación intolerable. La cena resultó ser en realidad una reunión sumamente indecorosa: Frente a un grupo de damas solteras, todas de noble abolengo como Lady Manners y yo misma, por supuesto, la desconsiderada Condesa francesa ha anunciado el inicio de sus trámites de divorcio oficialmente. ¡Es un escándalo irremediable! No podía permitir que la reputación de Lidia y la mía se mancillara permaneciendo en esa casa...
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La Prometida
Historical FictionLord James Hamilton, el joven Duque de Hamilton, disfruta de la temporada social como de costumbre cuando es solicitado con urgencia por el Barón Churston, su gran amigo y antiguo tutor legal, para realizar juntos una visita a la finca familiar del...