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Las aventuras que habían vivido las últimas jornadas la habían dejado emocionalmente agotada y físicamente adolorida. Por supuesto, no había querido demostrarlo frente a su prometido, que parecía encantado con el desafío. Su orgullo no le permitía demostrarse débil frente a los demás, y James no la dejaba a solas ni a sol ni sombra. Un instinto sobreprotector hacia ella había surgido desde lo ocurrido a Lidia y no parecía dispuesto a alejarse de su lado por ningún motivo. Pero el dolor en la nuca se había acrecentado y las piernas y brazos le dolían por el esfuerzo de recorrer y abrir el pasadizo, y aún necesitaba recomponerse de la impresión que había recibido al constatar la doble vida que había llevado su fallecido abuelo.

Esa casita, ahora abandonada, estaba llena de recuerdos de la vida de alguien, de una mujer que había sido escondida del resto de la familia. Una mujer que había vivido un embarazo sola, oculta o quizás rechazada por el entonces duque. Una mujer de la que seguramente su abuela, la entonces duquesa, no sabía nada. La imaginaba bordando cojines en Bestwood Park, cuidando de sus hijos, mientras el duque se escabullía por un pasadizo para reunirse con otra. Le dolía muchísimo pensar en ellos.

Resignada, anunció que tomaría la cena en su cuarto, pero el joven duque no parecía dispuesto a permitírselo.

—Tenemos una cena con lord Churston—había insistido él.

—Creo que puedes ir sin mi esta vez, querido—le rogó, intentando parecer menos cansada de lo que estaba. Pero James, con una sola mirada pudo ver los rasgos doloridos de su novia.

—No puedo dejarte aquí sola.

—No estoy sola—sonrió ella, enternecida—. Estará aquí toda mi familia.

—Sospechosos—gruñó el, molesto.

—Creo que podemos confiar en Mathew y en Letice.

James dudó un instante. No confiaba en ellos, ni en ningún miembro del servicio permanente de la casa. La doncella que le servía entonces una taza de té, le sonrió divertida. ¿Era ella una de las muchachas colocadas por madame Cherrybottom para custodiar la casa? No podía estar seguro.

—Puedo hacerle compañía a mi lady hasta que regrese usted, alteza—había propuesto la muchacha, en una reverencia.

James se rindió. Prudence necesitaba dormir y descansar, y él debía acudir al llamado de John.

—Cuento con eso, entonces—bufó, soltando un suspiro, aunque Prudence asintió.

***

El ambiente en la residencia de lord Churston no era para nada festivo. James entró a la casa con la extraña sensación de que asistía al velorio de su antiguo tutor más que a una simple cena. Por su puesto, se trataba solo de una sensación intangible. La sonrisa y la calurosa bienvenida por parte de John no era diferente a la acostumbrada. El buen ánimo de madame de Foix parecía intacto, y no faltaron las bromas y juegos en la mesa.

La sobremesa tampoco parecía distinta a cualquier otra que habían compartido. Arnold ganó sin miramientos una partida de bridge, y entre risas oyeron las mejores anécdotas del barón compartiendo una copa más tarde.

Nadie más parecía notar la extraña sensación que los rodeaba, como la notaba James. Era como si el final de aquellas reuniones amenas se aproximara.

La confirmación le llegó más tarde, luego de que madame de Foix les diera las buenas noches y dejara a solas a los tres varones. Primero habló James, relatándoles la situación que acaecía en residencia de los Beauclerck en detalle, informando con ello a Arnold de los recientes descubrimientos. El secretario no dejó detalle sin pasar por su libreta, actualizando su investigación.

La PrometidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora