veintiséis

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Por supuesto, la mañana siguiente en Burford House, fue una mucho más conmocionada de lo habitual. Para cuando Prudence despertó, la ama de llaves le informó que el médico ya chequeaba el estado de salud de Lidia, que Letice había solicitado el desayuno a la cama habiendo informado que sus nervios se habían afectado por los eventos nocturnos, por lo que el pobre señor Merryman, cuando acabase con Lidia pasaría a revisarla, y que tanto el duque de Saint Albans como el duque de Hamilton se encontraban a su espera en la mesa del desayuno.

—Sus altezas parecen muy preocupadas, mi Lady—había comentado Martha mientras le acomodaba unos rizos sueltos del tocado que la doncella acababa de terminar—. Hablan en susurros y parecen atentos a su llegada.

—Bajaré de inmediato—asintió Prudence, recogiéndose de dolor cuando una hebilla rozó la zona en la que había recibido el golpe de un jarrón de hierro la noche anterior—. ¿Dices que Lidia se encuentra mejor?

—El doctor aún la está revisando, pero su doncella me comentó esta mañana que pasó buena noche y que despertó de buen ánimo, aunque adolorida.

Prudence asintió. Si ella misma, que había recibido también un golpe pero a todas luces de menor contundencia, sentía el cuerpo agarrotado y la cabeza adolorida, bien podía imaginar como estaría Lidia.

Cuando ingresó al comedor, Mathew y James se pusieron rápidamente de pie para darle la bienvenida. No podría decir si su prometido o su hermano se mostró más atento.

—Ansiábamos que bajaras—comentó Mathew, moviendo la silla para que ella ocupara su sitio.

—Tenemos mucha información que compartir—continuó James, ofreciéndole un alentadora sonrisa.

—También tengo algunas cosas que comentarles—asintió ella, encantada de encontrarse con su prometido tan temprano por la mañana—. Desayunaremos y daremos un paseo por Hyde Park, si les parece, para que podamos conversar tranquilamente.

—Haré preparar el cabriolé—sonrió Mathew, entusiasta, traspasando la orden a un lacayo que los asistía en el desayuno.

El mayordomo ingresó entonces, con su rostro arrugado y poco amistoso cubierto de bigote. Traía bolsas de ojeras bajo los ojos, seguramente por el mal dormir, y anunció con un tono que denotaba reproche que tenían una visita.

—El señor Arnold Gibbon, mi Lord—habló, mirando solo a Mathew y conteniendo en una exagerada reverencia sus verdaderos pensamientos, aunque James podría jurar que en realidad quería decir algo respecto de los horarios de visita socialmente aceptados.

El joven secretario ingresó al comedor con timidez, cargando un pequeño ramo de narcisos amarillos, que pareció desear ocultar tras su espalda, aunque no alcanzó a hacerlo. Les saludó con una breve reverencia.

—Altezas. Mi lady—saludó, con un hilo de voz entrecortada—. Lord Churston me ha informado de lo ocurrido.

—Le he escrito en cuanto desperté—informó James, asintiendo—. Si has venido por la investigación que llevamos entre manos, decidimos dar un paseo luego del desayuno para guardar las apariencias.

Prudence vio a Mathew ofrecer al recién llegado un sitio a la mesa, pero mientras lo veía tomar un lugar, notó el paquete de flores. Un rápido pensamiento cruzó por su mente, recordando la nota que Lidia llevaba en su mano cuando fuera atacada.

Las palabras habían quedado grabas en su mente, llena de curiosidad. Podía imaginarse perfectamente a su madrastra diciéndolas, con voz mareada y un dejo de desprecio: "El duque te ha otorgado una dote, Lidia. Si, requieres casarte para entrar en posesión de ella, pero no por ello te casarás con cualquiera. Eres la hija biológica de un Mountbatten, la hija adoptiva del duque de Saint Albans y por sobre todo, eres mi hija. No pretenderé que te rebajes a un matrimonio sin abolengo ni prestigio. ¿Has perdido la cabeza?, ¿acaso pretendes convertirte en la esposa de un sirviente de la familia del esposo de Prudence?. No he luchado toda mi vida por tu posición, para que la deseches de esta forma, viviendo en los aposentos de sirvientes de un barón venido a menos(...)".

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