veinte

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El resto del baile transcurrió con el éxito que todos esperaban: El Vals que compartió la pareja celebrada y el brindis en su honor, dirigido por el mismísimo Príncipe Heredero habían causado gran impacto en los asistentes, que estallaron en aplausos y enhorabuenas cuando el compromiso fue oficialmente anunciado.

Aunque agobiada de felicitaciones, agradeció la fortaleza que la mano de su futuro esposo, apoyada en su cintura le transmitía mientras saludaban y sonreían entre los invitados. Por un momento, deseó que aquella noche no acabase nunca, pero pronto comprendió que en realidad lo que deseaba era todo lo contrario: No podía más que pensar en el día en que al fin se instalase en aquella casa junto a James, como su esposa.  A su lado, se sentía fuerte, protegida y segura... En su casa se sentía a salvo, cómoda. La vida completa se iluminaba con su sola presencia. Ya había comprendido lo que ocurría, al fin. No deseaba vivir sin él a su lado. Su espontánea sonrisa, su cómplice mirada, sus sagaces comentarios... ¡Si no fuera por que aun tenía asuntos pendientes en la residencia de los Beauclerck, ya habría suplicado que adelantasen la boda! En realidad, ella tampoco era una de aquellas damas dables a las súplicas. Probablemente lo hubiese... impuesto.

Durante los días siguientes continuaron recibiendo enhorabuenas y felicitaciones de quienes se toparan dando un paseo por Hayde Park o en algún evento o baile. Cuando asistieron a la ópera acompañados por Madame de Foix y Lord Churston, en el balcón que pertenecía a la familia del Duque recibieron incontables visitas. Tantas, que incluso por un momento Prudence olvidó que se hallaban en el teatro y no en un salón, y si no fuera porque el mismísimo actor principal del drama se vio obligado a hacer una pausa para pedir silencio, se habrían visto impedidos de presenciar el prominente FA sostenido que entonó la soprano. Así también, cuando se presentaron en el concierto organizado por Lady Venettia en su residencia, fueron instados (o más bien, forzados), por las matronas amigas de la anfitriona presentes a ofrecer un improvisado recital, en desmedro de las jovencitas casaderas que demostrarían sus virtudes ante los invitados en aquella ocasión, y para bochorno de los novios, que poco deseaban dar tamaña función.

La sociedad había decidido catalogarlos como la pareja de la temporada, y con ello habían conseguido atraer la atención de quienes les rodearan a cada paso.  La tensión que pudiera haber surgido entre ellos forzosamente había quedado desplazada únicamente para aquellos pocos y breves instantes en que se encontraban completamente a solas. Por supuesto, aquellas ocasiones se habían reducido por completo al mínimo de la absoluta casualidad, ya que ni ella, temerosa ante la expectativa de verse golpeada con el frío rechazo de su prometido, ni él, que había decidido esperar paciente a que fuera ella quien, esta vez, diera el primer paso de acercamiento en una reconciliación, buscaban las instancias para verse a solas. Por su puesto, las sesiones de apasionados besos se habían visto suspendidas tácitamente.

Prudence no se imaginaba abordándolo en un pasillo sin que el estómago se le contrajera con fuerza, aterrorizada con el dolor del inminente rechazo. Si James no la perdonaba, o pensaba mal de ella, no sabía si sería capaz de recuperarse, por lo que no era capaz de intentar un acercamiento y prefería resguardarse en las máscaras sociales que tan bien sabía usar desde niña y en las que tan cómoda se sentía.

James, por su parte, aun no alcanzaba a comprender el sentido de las palabras con las que fervientemente Prudence se había declarado la noche del compromiso. Había sido muy clara: No se escaparía con otro hombre, no deseaba mantener un romance oculto con otro hombre, y ya no deseaba renunciar al compromiso... pero para él nada de eso parecía suficiente ahora. Ahora que la había estrechado de aquella forma entre sus brazos, que la había visto sonreír y actuar con soltura y naturalidad con él, y solo con él... no le bastaba un compromiso formal. Deseaba asegurarse el corazón de la que sería su compañera de vida. Pasaba las horas anhelante, observando atentamente cada gesto, cada sonrisa, cada suspiro... buscando aquello que no llegaba nunca, un indicio una reacción que delatara sus verdaderas intenciones, una sonrisa, una mirada de complicidad. Temía haberla perdido, (siendo honesto, no creía haberla tenido hasta ahora), temía haber retrocedido en todos los avances que la relación entre ellos había alcanzado, pero hasta ahora, además del distanciamiento en privado, no era capaz de observar señales que así lo indicaran.

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