veinticuatro

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Paseaban por el jardín luego del almuerzo, vigilados a unos metros por Lady Letice, que parecía especialmente distraída y poco les prestaba atención.

Aprovechaban para, entre susurros, intercambiar conclusiones. Si lo que Lidia le había confesado a Prudence era cierto, la teoría de James de que Martha habría amenazado al duque con revelar la existencia de un hijo ilegítimo, parecía tomar cada vez más fuerza. Pero eso no resolvía el misterio de la muerte. Por muchas vueltas que le habían dado, si bien sabían a ciencia cierta que el mayordomo le había entregado el té al duque, no habían testimonios sobre quién lo había preparado, o de conductas sospechosas del mayordomo mismo que pudiera hacerles dudar. Al contrario, y a pesar de que James no le estimaba, hasta ahora el mayordomo era el sujeto menos comprometido en lo que investigaban.

—A menos que lo haya hecho en nombre de otro—había comentado Prudence en un susurro, y la idea novelesca de Charles tomaba formas verídicas en los pensamientos de James.

No podían confiar en Mathew. A pesar de que todas las sospechas recaían en la señorita Lemon, o Nelly, como alguna vez le había apodado, aún cabía la posibilidad de que Mathew hubiese orquestado la muerte de su padre. No comprendía aún porqué querría verle muerto, más allá de la obtención del título y el ducado, cuestiones que aún heredaría, antes o después no podía hacer la diferencia, a menos que... algo más se ocutara bajo la superficie, algo que ellos no fueran capaces de divisar.

Aún no comprendían del todo porqué el fallecido duque habría regresado a Bestwood Park con tanta urgencia. La teoría de la carta del hijo ilegítimo parecía posible, pero Prudence había insistido en que no contenía ninguna amenaza de revelación, si no que veía en ella una súplica de una madre desesperada. Y no creía que Martha pudiera amenazar a su padre estando en esa situación. ¿Qué podía ganar? Y si Martha era la madre del hijo ilegítimo ¿por qué sacarla de su testamento? ¿No sería acaso más conveniente que la mantuviese en su legado? Y lo que con más fuerza sostenía James en su defensa: ¿Qué ganaba Martha? Si había un hijo, por qué no lo había anunciado tras la muerte del duque? Porque no estaba reclamando dinero o beneficios? ¿Por qué seguía trabajando para ellos?

—Debemos actuar—anunció entonces Prudence, determinada—. Lo haremos a mi manera: Hablarás con Mathew, le pedirás que investigue a Martha. Le diremos que sospechamos de que es la amante de papá. Tú, dirás que revisarás el cuarto de Lidia, aunque la hallamos descartado. Será una mentira, mientras Mathew fisgonea en el piso de los sirvientes, tu estarás en su habitación, en busca de pistas.

—¿Y tu?

—Yo necesito averiguar qué está haciendo mi tía.. su comportamiento ha sido especialmente extraño, necesito investigar su habitación.

James no parecía del todo satisfecho, pero acabó por ceder.

La charla con Mathew resultó tan simple como Prudence había planificado: de inmediato aceptó la propuesta, confiado en que seguían el camino correcto. La ocasión propicia sería esa misma noche: Muchos de los sirvientes tendrían libre, por lo que Mathew podría adentrarse sin problemas en la habitación de la ama de llaves, mientras que Lidia y Letice habrían recibido una invitación especial de parte de Lady Venettia para una cena informal en su casa, a la que solo invitaría damas solteras de prestigio, por lo que ni Prudence ni Mathew fueron incluidos. Como estarían solos en casa, se reunirían bajo la excusa de cenar los tres juntos.

Por supuesto, la pantomima se realizó completa: pasaban a la mesa cuando se despidieron Lidia y Letice para marcharse a su cena, campantes de ser las únicas invitadas por Lady Venettia. Tampoco se levantaron de inmediato: comieron los cinco tiempos correspondientes, e inclusive compartieron un brandy en la biblioteca. Cuando consideraron que era lo suficientemente tarde para que los sirvientes en casa estuvieran dormidos, pero no tanto como para que los que tuvieran libre hubiesen regresado, se pusieron en marcha. Sincornizaron sus relojes, para reunirse en un lapso de 20 minutos.

La PrometidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora