XXII: No pierdas las esperanzas

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El grupo arribó a la mansión de Gasky pasada la media noche. Demián estaba completamente pálido, no cesaba de jadear, y además volaba en fiebre. Tendido sobre la cama de su dormitorio en el primer piso, parecía estar sufriendo mucho. Las manchas de sangre ya no cubrían su piel.

—Santos dioses —exclamó Gasky mientras lo inspeccionaba—. Díganme, ¿qué le ha ocurrido?

—No estamos seguros. —Winger intentaba recobrar el aliento luego de tantas horas de marcha apremiante.

—Derrotamos al dragón, obtuvimos el stigmata. —Soria parecía a punto de estallar en llanto—. Él estaba de muy buen humor cuando de pronto se desmayó y no volvió a despertar... ¡No volvió a despertar! —se quebró al fin sobre el hombro de Mikán.

—Yo también lo revisé y no tiene más que algunos rasguños superficiales —agregó el prodigio con una mano sobre el cabello de la muchacha.

—¿Algún otro dato que puedan proporcionarme? —preguntó el anciano mientras continuaba con su examen.

—Se desmayó de la nada —explicó Winger con resignación—. Se estaba lavando en el río cuando de repente se tambaleó y cayó.

—¿Lavándose en el río? —repitió el anciano, intrigado.

—Estaba intentado quitarse la sangre de dragón. Después de la pelea, él quedó empapado...

Gasky se incorporó de golpe y miró a Winger con una súbita preocupación en los ojos.

—Pero logró limpiarse la sangre, ¿cierto?

—No... —murmuró Winger, algo confundido—. Se frotó mucho y con fuerza, pero a pesar de todo la sangre le quedó impregnada. Es extraño que ahora ya no la tenga, no comprendo qué pasó...

—Oh, no... —El anciano volvió a revisar a Demián, estudiando con detenimiento la piel de sus brazos y rostro. Después se acercó a Winger y lo tomó por los hombros—. ¿Recuerdas cuánta sangre cubría el cuerpo de tu amigo? ¿Qué tan manchado estaba?

—Estaba totalmente empapado. —Winger no comprendía el motivo de las reacciones del historiador; y eso lo inquietaba.

Se hizo un amplio silencio en la habitación. Solo se escuchaban los gemidos de dolor de Demián y los sollozos apagados de Soria. El historiador tenía la mirada perdida en la nada. De pronto, espabiló.

—Gluomo, tráeme enseguida el botiquín de pociones.

—Ahora mismo, señor —dijo el plásmido, y salió de la habitación a toda prisa.

—Muchachos, tal vez deban irse a dormir. Se ven muy cansados y...

—No pienso irme de este lugar —declaró Winger con determinación—. ¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Qué le ocurre a Demián?

Gasky le mantuvo la mirada por unos momentos.

Soria y Mikán también esperaban una respuesta.

—Me temo que la sangre de dragón ha penetrado en su piel y se encuentra ahora en su torrente sanguíneo —explicó, muy serio.

—¿Eso es malo? —preguntó Soria.

Gasky asintió con pesar al tiempo que Gluomo regresaba con una maleta de color marrón, muy vieja y gastada. El anciano la colocó sobre la otra cama y la abrió. Adentro había diferentes tipos de frascos etiquetados, algunos con polvos coloridos, otros con líquidos o sustancias espesas. Gasky extrajo de la maleta un viejo cuaderno lleno de anotaciones y se puso a hojearlo.

—¿Qué piensa hacer? —inquirió Mikán—. Usted no es médico.

—Es cierto, no lo soy —se lamentó el anciano, pasando las páginas con prisa—. Pero uno no vive tantos años en vano, Mikán. Confía en mí, sé lo que hago.

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