Escalar el monte Mersme resultó mucho más arduo de lo que Gasky había anticipado. El ascenso era tan riesgoso que por tramos se volvía prácticamente vertical. Demián volvió a lamentar la pérdida de su bolsa de viaje, pues ahí también llevaba un equipo completo de montañismo.
Al inconveniente de tener que escalar solo con las manos (y sin más dispositivo de seguridad que una soga que Gluomo les había facilitado), había que sumarle las molestas bandadas de buitres. Estos pájaros los acecharon constantemente y sobre todo en los trechos más complicados, cuando resultaba imperioso aferrarse a las rocas con ambas manos. La pobre Soria debió llenarse de valor para espantar a las aves rapaces usando el hechizo que Ruhi le había enseñado.
Demián lideraba la marcha trepando con relativa agilidad, y de tanto en tanto retrocedía para ayudar a Winger y a Mikán, quienes claramente no poseían el mismo estado físico que él.
—¡Pooop! —exclamó Soria por enésima vez, frustrando el nuevo intento de un buitre particularmente molesto—. ¡Tontos pájaros bravucones, dejen en paz a mis amigos!
—Soria, ¿podrías ir a echar un vistazo más arriba? —solicitó Demián mientras ayudaba a Winger a sortear un obstáculo en el camino—. Hace más de tres horas que estamos subiendo, ya deberíamos estar cerca de la cima.
La muchacha asintió y se alejó de la vista del grupo, hacia las alturas. Mientras la esperaban, Winger echó un vistazo al abismo que se abría a su lado. Mala idea...
—Hay un enorme hueco en la roca, unos cincuenta metros más arriba —indicó Soria a su regreso—. ¿Crees que sea la cueva del dragón, Demián?
—No me cabe duda —contestó el aventurero con satisfacción.
Se agarró con fuerza a los salientes de las rocas y trepó con una energía renovada.
Una vez en la entrada de la cueva, Mikán y Winger se desplomaron del cansancio. Al ir los tres unidos por la soga, Demián prácticamente los había arrastrado ese último trecho.
—¡Vamos, no ha sido para tanto!
—¿Quieres darnos un respiro? —se quejó Winger—. Si estás tan emocionado, ¿por qué no te adelantas y te aseguras que el dragón no esté ahí dentro?
—¡Buena idea! —exclamó el aventurero con una gran sonrisa.
A Winger le preocupó un poco la imprudencia del entusiasta "¡Holaaaaaa!" con el que Demián ingresó corriendo a la gruta, y que llegaba hasta ellos en forma de eco. Pero pocos minutos después el aventurero volvía a salir, ahora con los hombros caídos y de mal humor.
—La bestia no está —bufó con fastidio—. ¿Se van a quedar ahí todo el día? Vamos, terminemos con este aburrimiento de misión.
Winger, Soria y Mikán respiraron aliviados al oír la noticia, y luego siguieron a Demián hacia el interior de la caverna.
El lugar era muy caluroso y húmedo, y el aire estaba atestado por un hedor que se hacía cada vez más fuerte. La luz del sol iluminaba el primer tramo del túnel, pero a medida que avanzaban la oscuridad iba ganando terreno. Winger y Mikán se disponían a encender sus Bolas de Fuego cuando un extraño resplandor azulado llegó desde lo más profundo de la cueva. Arribaron entonces a una cavidad muy amplia, una cámara rocosa en el corazón del monte, donde encontraron la fuente del fulgor: cristales fluorescentes que crecían por todas partes, iluminando con intensidad el recinto.
—¿Estos cristales tan bonitos son el stigmata? —preguntó Soria, observando su reflejo en uno.
—No, esas cosas crecen donde defeca el dragón. —La muchacha se alejó espantada del cristal cuando Demián dijo eso—. El stigmata está allí.
ESTÁS LEYENDO
Etérrano
FantasíaEtérrano es una novela de fantasía y aventuras con toques de shōnen y RPG. Cuenta la historia de Winger, un muchacho de quince años cuya vida cambia a partir del hallazgo de un antiguo manual de hechicería en el sótano de su granja. Lo llamativo de...